miércoles, 15 de junio de 2011

La fuerza de conciliación

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E d u a r d o   Y e n t z e n *

 

Muchos temas me motivan a pensar y tratar de comprender el mundo; pero hay un tema que me horroriza, y es la capacidad de destrucción del ser humano. Cuando la vida parece ser bella y me deleito viviéndola, me surge la imagen demoledora de cuántas personas hoy mismo están haciendo sufrir a otras personas.
Estoy convencido que la fuerza de esta manifestación destructiva es todopoderosa. La historia humana la retrata. He escrito antes sobre cómo en Chile cada cuarenta años más o menos nos enfrentamos con violencia entre dos sectores –que sólo van cambiando de nombres– con las consiguientes torturas y muertes.
¿Está a nuestro alcance –a mi alcance– hacer algo para detener esto? Una mirada mínimamente objetiva dirá que no ha sido posible hasta ahora, y que no hay mejores condiciones hoy para que sea posible, salvo las de estar viviendo un período de transición –como los ha vivido la humanidad cada quinientos años. Y por otro lado, es inconcebible dejar de intentarlo, especialmente en estos tiempos de transición.

¿Cómo intentarlo?

Existe una manera que se ha puesto las más de las veces en práctica: “vencer al mal”. Mi convicción es que este es un mito. Es un error de comprensión.
La otra manera de intentarlo ha sido la propuesta espiritual: unificar a la humanidad en el amor. Este camino es el de mi convicción, pero es imposible desconocer que ha sido impotente. Y de nuevo, es inconcebible dejar de intentarlo.
A la base de la explicación de por qué el camino de la unidad en el amor no se produce está lo que parece ser “la” gran enfermedad humana, su pecado original, una limitación espiritual o psicológica que la hace cristalizar todo en dos polos opuestos que se posicionan eternamente uno contra el otro.
Y el antídoto frente a esto ha sido siempre el intento por devolver al ser humano la conciencia de la tercera fuerza, aquella que neutraliza el conflicto, que integra los opuestos, que armoniza la convivencia y a cada ser humano en su interioridad psicológica. Es la fuerza de la conciencia, del amor, de la espiritualidad que unifica lo que el ser humano “caído” ve como dividido y en antagonismo. Este antídoto ha sido desde siempre una experiencia práctica conseguida a través de un aprendizaje práctico: el trabajo espiritual, la búsqueda de iluminación.
Hacer conciencia y adquirir la tercera fuerza es lo que creo que podemos intentar, una vez más.

Los tres principios de la revolución francesa: libertad, igualdad y
fraternidad

En estos principios está expresada una versión laica de la tercera fuerza. Es increíble ver cómo tras ese episodio histórico el mundo se fue dividiendo en dos bloques, uno que tenía por aspiración la libertad y el otro la igualdad. Pensemos en lo insólito que dos ideologías se repartieran estas dos aspiraciones para instalarse como dos fuerzas opuestas luchando una con la otra por el predominio, dispuestas a destruirse con armas atómicas. Es tan absurdo. ¿Por qué no se propusieron ambas ser igualitarias y libres?, ¿por qué no compartían sus procesos, sus búsquedas, sus dificultades? ¿Por qué no fraternizaron?
Por fortuna, o más bien gracias a la acción de la tercera fuerza de conciliación, el bloque soviético se auto-disolvió, permitiendo que no siguiéramos avanzando hacia la destrucción recíproca. Pero bastó que dejara el vacío para que la polaridad beligerante comenzara a ser llenada por elementos del mundo árabe, y quizás después ocupe ese lugar China, o cualquiera. Y ante la ausencia del marxismo, surge hoy todavía difuso un polo antiliberal. Y ya están luchando.
A todos los que vemos el egoísmo el abuso y la maldad de quienes detentan el poder nos es tan tentadora la ilusión de derrotar al polo dominante ‘malo’, con la convicción de que advendrá el bien. Pero hemos visto que no es nunca así, que no hay “fin de la historia”, que al igual que en un imán, al cortarlo para eliminar el polo negativo, la polaridad positiva-negativa se reconstituye en cada uno de los fragmentos.
Antes de avanzar, necesito expresarme –probablemente justificarme– pues esta tercera fuerza ha sido siempre mal vista. Lo es desde la idea de que si no estás conmigo estás contra mí. Lo es desde el psiquismo polar que se instala en el conflicto y no ve otra forma de vivir y de solucionar las cosas que a través del conflicto. Es juzgada como amarillismo, cobardía, apatía, etc. descalificaciones difíciles de sobrellevar, especialmente ante los amigos luchadores por las causas libertarias. Nos preferirían aliados para vencer y hacer imperar el bien.
Pero mi convicción ya se ha hecho demasiado fuerte como para ceder ante estas descalificaciones: el bien no está al otro lado del triunfo de una de las dos fuerzas polares, el bien sólo está en la conciliación, integración o armonización de las dos fuerzas opuestas a través de la fuerza de la fraternidad, emergiendo como tercera fuerza.
Lo más difícil para aceptar esto como un bien, es que en principio representa un mal para ambas partes. Ello porque la tercera fuerza para poder conectar las fuerzas confrontadas, no puede en principio sino generar lo intermedio. La fraternidad necesita partir como fuerza de mediación, su búsqueda es lograr un acuerdo en algún punto intermedio entre las partes. Y esto no lo desea ninguna de las partes.
Por otro lado, la tercera fuerza es débil. Y su posibilidad de predominio es muy remota porque requiere que acumule una gran fuerza. Imaginen una pelea entre dos personas. Lo más habitual en la conducta humana, si hubiera cuatro personas observando, es a no involucrarse o bien a tomar parte por uno de los dos. Lo que en general no surge como conducta es neutralizar la pelea. Se necesita la fuerza de las cuatro personas que observan para que dos sujeten a  un contendor y las otras dos al otro. Así neutralizan el conflicto. Pero ello requiere la fuerza de cuatro. Y Además, no queda nadie para hacer nada. Se requieren más de cuatro, para que cuatro neutralicen y los otros puedan realizar algo constructivo.
Mi intento es contribuir a fortalecer una tercera fuerza, que busque primero neutralizar, luego mediar, y finalmente lograr la fraternidad.

¿Cómo convencerse de que el mayor bien posible es el de neutralizar y fraternizar?

Es muy difícil. La ilusión de que el bien se logra tras eliminar al mal es fuertísima. Se requiere un gran sentido de visión y comprensión de los hechos humanos a lo largo de los tiempos para ver que no hemos vivido una historia ascendente, sino un eterno retorno del conflicto bajo polaridades con distintos nombres.
Pero existe un camino privilegiado para converse, y es a través de ver las polaridades en conflicto en nuestro propio psiquismo. Reconocer que nunca hemos podido eliminar nuestros ‘rasgos malos’, y que siempre hemos vivido en lucha con ellos. Que en eso hemos gastado la mayor parte de nuestra energía sin nunca ‘vencer’. Y saber que podemos intentar el camino de la mediación y de la conciliación interior, la integración entre nuestros rasgos interiores en conflicto, la fraternidad intrapersonal. Este es el camino de la conciencia. Pasamos de la polaridad a la unidad y armonía interior.
Esta posibilidad para nuestro mundo interior me es ya una convicción. Una experiencia vivida en un grado suficiente como para asumirla como una certeza. Mi búsqueda hoy es intentar favorecer procesos de fraternización interior con impacto exterior: en comunidades, en instituciones, en el mundo social. Agradeceré mucho todo apoyo que me puedan brindar en este intento.


* Docente de Desarrollo Personal

Ilustración: Roberto Matta, litografía de la serie El Quijote.

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