miércoles, 15 de junio de 2011

Otra vez en la Historia “todo lo sólido se desvanece en el aire”

Búsquedas en cambio epocal
H e r n á n   D i n a m a r c a *

 

“Por primera vez podemos alterar el curso de millones de años de evolución de la biósfera, crear nuevas especies animales y vegetales e incluso transformar el material genético humano. Por primera vez el hombre está en condiciones de estallar bombas nucleares y destruir gran parte de la Tierra, si no toda ella. Por primera vez somos los responsables de una crisis ambiental de carácter planetario... Asistimos a un cambio epocal de tal dimensión que exige repensar completamente el mundo y la Historia”.

Altamirano - Dinamarca: Después de Todo. Ediciones B, 2000.

Aquí, en pocas páginas, esbozo una convicción: vivimos un cambio de época histórico,  y también desnudo mi entusiasmo ante lo que ha sido una búsqueda desde que soy consciente: observar con asombro el devenir humano.
En las últimas décadas –a partir de los años sesenta del siglo XX– conceptos como sociedad posmoderna, sociedad posindustrial, sociedad poscapitalista, sociedad posbiológica pasaron a formar parte del habla común en las ciencias sociales. Sé que todos los conceptos no dicen lo mismo, obviamente. Sin embargo, más allá de sus diferencias, mediante el uso del prefijo pos llevan implícita la idea de superación de una época histórica.
Es como si con distintos lenguajes se estuviera escribiendo el epitafio histórico a lo que ha sido el modo de vida construido por la modernidad –en los últimos 4 siglos, al menos en occidente– y en simultáneo se estuviera escribiendo, también con distintos lenguajes, un futuro que será otra cosa. Y como estamos inmersos en el cambio, este futuro abierto sólo se puede nominar como una época posmoderna, en el sentido de posterior a... Se trata de una mutación cultural, de una intensa ruptura en la histórica continuidad de la especie. Y como siempre la Historia está abierta, pues la hacemos nosotros.
El historiador de la cultura, filósofo y sicólogo transpersonal norteamericano,  Ken Wilber, explora la transformación de conciencia presente en todo cambio de época histórica: el cambio de mirada en la auto-conciencia, en la relación con los otros y en la relación con la naturaleza, que es el signo más profundo de un cambio de época. Se trata del cambio en la visión de mundo o paradigma social de una época a otra. Es el cambio en “Lo que veo”. “Cada uno de los peldaños (época histórica) del proceso de desarrollo evolutivo nos brinda una visión diferente del mundo.”1
Wilber, heredero de una tradición de estudios de la evolución de la conciencia humana, ha sistematizado las siguientes etapas en el devenir cultural: la arcaica instintiva, una conciencia alerta e impulsiva propia de los grupos cazadores-recolectores primitivos; la mágica, una conciencia que encantaba el mundo en las primeras sociedades tribales; la mítica, una conciencia conformista de pertenencia a la tierra, a la gran madre, al padre sol, además de etnocentrica, propia de las grandes civilizaciones y ciudades estado-antiguas; la conciencia formal-racional-instrumental, propia de la época moderna occidental, que representa el mundo, que separa sujeto-objeto, conciente e individualista, que tiende a superar lo etnocéntrico hacia lo mundi-céntrico; y una potencial conciencia holística, ecológica, integral, respetuosa de lo diverso, planetaria, que sería precisamente la nueva conciencia que puja por emerger en la actual transición de época histórica o cambio de visión de mundo.
Esto, pese a su relevancia, lo olvidamos frecuentemente cuando dejamos de mirar la historicidad de los procesos humanos. De ahí que en lo cotidiano, a nuestra tecnocracia modernizante –un poco anticuada–, le cuesta imaginar que las cosas podrían ser y hacerse de otra manera. Pero cada vez más, ante el desafío histórico de la insustentabilidad, es la ciudadanía quién explora creativa e innovadoramente en la bella consiga sesentera inspirada en la intuición de William Blake: Imaginación de ayer: evidencia de hoy.
El debate intelectual de nuestro tiempo en las ciencias sociales, desde los años 60, ha sido la crisis de la modernidad y el cambio de época histórica. E historiadores y pensadores coinciden en que las transiciones históricas son bifurcaciones complejas en las cuales se modifica la auto-conciencia humana, la relación de la humanidad con la naturaleza y la matriz cultural-material. Es que en un cambio de época acaece una ruptura en la continuidad “normal” de la Historia; éstas ocurren cuando las matrices conceptuales o la visión de mundo de la época antigua se revela insuficiente u obsoleta ante las nuevas realidades. Recordemos que, tanto en la deriva de la naturaleza como en la historia cultural, la evolución deviene en continuidades y rupturas.
En un cambio de época necesariamente ocurre la deconstrucción de la antigua visión de mundo y, en paralelo, la construcción de una nueva visión de mundo o nuevo paradigma social. La tarea teórica de la deconstrucción y de construcción en las últimas décadas la han realizado una pléyade creativa y diversa de autores que participarían de una suerte de neo-ilustración, si se me permite la analogía- en el actual cambio de época histórica.
Mencionamos algunas tradiciones. Los posmodernos desconstructivistas franceses; modernos autocríticos al estilo Habermas, Giddens y otros; posmodernos constructivistas de tradición norteamericana; pensadores sistémicos y construc-tivistas procedentes de las ciencias naturales y ciencias sociales; el pensamiento complejo, como ha llamado Edgar Morin a su notable síntesis epistemológica; los posmodernos históricamente constructi-vistas, concepto que he acuñado en algunos libros de mi autoría para dar cuenta de aquellos autores de oriente y occidente, del norte y del sur, que exploran en el nuevo paradigma ecológico y sistémico, que ven a la Historia en devenir y que, en consecuencia, comparten que vivimos un cambio de época histórica, complejo e incierto.2
Reitero que mi perspectiva unificadora de estas distintas tradiciones es desde la Historia. Las diferentes denominaciones que se auto-asignan o asignan al pensamiento posmoderno emergente entre distintos autores (ya sea paradigma sistémico, paradigma de la complejidad, paradigma integral, paradigma holístico, paradigma ecológico, etcétera), si bien pueden implicar sutiles diferencias conceptuales, en perspectiva histórica todos ellos están siendo participes del proceso intelectual de creación de nuevas bases ontológicas y epistemológicas. Todos coinciden, por ejemplo, en la superación del paradigma antropocéntrico instrumental y en transitar a una mirada integral, en red, de lo humano, la vida y el Kosmos; así como todos coinciden en la tarea de deconstrucción del discurso representacional, simple, que separa, que fue común a la modernidad. Su misión, consciente inconscientemente, está siendo participar en el nacimiento de un nuevo paradigma social, animando a millones y millones de ciudadanos del mundo que en el presente como Historia, desde su vivir, están intentando co-crear un mundo diferente y sustentable.
Una análoga dinámica de decons-trucción - construcción, de ruptura, ocurrió en la última transición de época en occidente. Hay consenso entre los historiadores que durante los siglos XVIII-XIX fue cuando se consolidó el sueño iniciado en el Renacimiento de poner al hombre como medida de todas las cosas. La aventura intelectual ilustrada terminó de deconstruir lo viejo y consolidó la nueva visión de mundo, marcando así el fin de una época y el comienzo de otra. En el núcleo de la modernidad, con su luz, ha estado la libertad creativa y el pionero impulso empático del romanticismo y la autonomía humana, y, con su sombra, ha estado el exceso antropocéntrico instrumental y la conciencia de separatividad que hoy nos tienen viviendo una crisis ambiental sin precedentes en la Historia.
“Los problemas que se plantearon durante este siglo no hallaron solución en el marco del régimen social imperante y, por lo tanto, forzaron el cambio social. Un cambio social que marcaría el fin de una época” (J. J. Rousseau, El Contrato Social, 1762). Estas palabras de Rousseau fueron escritas al calor de los acontecimientos que precedieron a la gran revolución francesa, hito histórico socio-político de la modernidad. Hoy, los historiadores ratifican la mirada de Rousseau acerca de los cambios cualitativos y simultáneos que en ese siglo transformaron las relaciones de producción, las relaciones de poder, el modo de vida y la cultura.
Hoy los problemas que eclo-sionaron a partir de la década de los 60 del siglo XX, en especial, la crisis ambiental (cambio climático, pérdida de biodiver-sidad y rarefacción de los recursos naturales), junto a la presión demográfica, tecnológica y social, de carácter planetario en una interconectada Gaia, no han tenido ni tendrán solución en el marco del modo de vida imperante –en tanto han sido la causa de los mismos–. Por ello, el principal desafío es echar a volar la imaginación creadora. Se necesita encantarse con la emoción empática hacia los otros y hacia la vida que re-emergió en los sesenta y, luego, actuar en consecuencia.
Quiero detenerme brevemente en un tema que está en el corazón del actual cambio social paradigmático. Me refiero a cómo se ha entendido en la modernidad y cómo potencialmente se empezaría a entender en la nueva mirada la idea del cambio. Y lo hago, pues, como leeremos, el cambio de visión acerca de la idea del cambio es uno de los signos más poderosos del actual proceso de transición de época histórica.
Con la modernidad y su idea-fuerza de progreso emergió un concepto de cambio en su momento revolucionario, creativo, aunque con el tiempo desnudaría su sino arrasador. Para Condorcet (filósofo, político y matemático ilustrado) y los padres fundadores de la modernidad el progreso material –de ahí la alienación en la posesión– y moral –de ahí en la fe en la superioridad ante el otro diferente y otras especies– del ser humano era una especie de nueva divinidad. (Condorcert - 1793)
Desde esa idea del progreso ilimitado como algo bueno per se, nacería una acrítica valoración del cambio por el cambio y por el cambio. Ésta se instaló lentamente como un nuevo filtro en la visión de mundo, en el sentido común del hombre y la mujer occidental: en “Lo que veo”. Pese a la reacción desde el romanticismo a esta mirada, nada pudo con la emergencia poderosa de esta unilateral nueva idea (pues progreso no es sinónimo de evolución) y caímos en el cambio por el cambio ciego e irreflexivo. Al respecto recordemos el título, inspirado en Marx, de la obra sociológica referencial de Marshall Berman: Todo lo sólido se desvanece en el aire: la experiencia de la modernidad. Es que hasta hoy la modernidad todo lo desvanece y lo destruye, ya sean modos de vida, objetos y experiencias. Desde esa inercia hemos terminado por amenazar incluso la continuidad de lo humano.
Con ese ánimo, la ya antigua tradición y cosmovisión de la época moderna, ha desdeñado cualquier tradición –salvo la propia– y, en consecuencia, ha desdeñado a la memoria (en paréntesis, si la naturaleza, hiciera eso, con esa radicalidad, desapareceríamos de inmediato, en tanto el ADN es memoria). Fue tanto el ahinco de los padres fundadores por deconstruir un pasado en que al ser humano le atenazaban irreflexivas tradiciones –pues eso era en parte el mundo feudal y medieval–, que, como respuesta cultural, instalaron unilateralmente sus nuevos valores y visiones. Y lo hicieron sin saber que, junto con instalar sus propias tradiciones, desencadenaban potenciales resultados indeseados: a la larga desaparecieron culturas, conductas, ideas y valores, y hoy incluso amenazamos a la biodiversidad y a la sociodi-versidad.           
Debido a la radicalidad de esa amenaza, en nuestro presente como Historia, en otro cambio de época, esa idea del cambio por el cambio ciego e irreflexivo –que ha estado en el centro de la visión de mundo de la modernidad– se encuentra en crisis y en tela de juicio por una nueva mirada. Esa idea de progreso que arrasaba irreflexivamente con la memoria y las tradiciones hoy se nos aparece como un antiguo valor, una simple tradición moderna que esta siendo cuestionada por el nuevo concepto de innovación que emerge con la nueva mirada posmoderna –y reitero que escribo pos en estricto sentido histórico–.
La innovación para la nueva mirada no es el cambio por el cambio, sino que en cada emergente gesto innovador debemos en simultáneo considerar a la ruptura, qué debo cambiar, y a la continuidad, qué debo conservar. Este nuevo concepto de innovación subvierte la relación que en la tradición moderna hemos tenido con el cambio –en sí lo bueno– y la conservación –lo malo a priori, salvo para los conservadores–.
En el actual cambio de época, en no pocos dominios, es revolucionario ser conservador y oponerse a cambios que por su ceguera pueden ser potencialmente destructivos. Por ejemplo, sujetos y organizaciones, conciente o inconcientemente, animados por esta nueva mirada quieren conservar un acoplamiento estructural congruente entre cultura y biósfera, luego se oponen a cambios tecnológicos y productivos que potencialmente destruyen los ecosistemas y otras especies. Quieren conservar la socio-diversidad, luego se oponen a cambios que puedan dañar a culturas locales (la película posmoderna Avatar es un icono de esta nueva tesitura). Quieren conservar la proximidad humana, luego cuestionan la sombra que conllevan las Tecnologías de Información y Comunicaciones (TIC) con su amenaza a la continuidad de la relación cara a cara con el prójimo y la naturaleza. Y quieren conservar la biodiversidad, luego cuestionan las aplicaciones biotecnológicas por sus riesgos potenciales cuando son guiadas irreflexivamente por la avaricia y posesión.
En síntesis, hoy ser revolucionario es oponerse a los antiguos valores que ayer instauró la modernidad y que han resultado dolorosos, así como hay que conservar otros que ya son logros valóricos irrenun-ciables en la deriva cultural humana: la democracia, la autonomía y la emoción empática, por ejemplo.
Este cambio de visión, está en la base de la idea ecológica de sustentabilidad que ha revolucionado al mundo contemporáneo, instalándose en pocas décadas en el centro de las conversaciones en todos los ámbitos de lo humano.
Por lo anterior, la idea de cambio histórico (cambio de época) hoy no debe conceptualmente ser confundida con la idea del cambio por el cambio (más allá que vivimos una época de cambios). La idea de cambio histórica en la mirada posmo-derna se ajusta a su estricto sentido original: como una necesidad ética en la especie ante la insustentabilidad de un modo de vida ya antiguo.
Al inicio escribíamos que cuando mutan la autoconciencia humana, la relaciones con el otro y la relación con la naturaleza, esta acaeciendo un cambio de época. Pues bien, es lo que ocurre hoy cuando en la auto-conciencia humana el valor de la autonomía, el gran logro moderno, se complementa con la sensación de pertenencia; cuando en la relación con los otros, la competencia es complementada con la colaboración, mientras la simple tolerancia entre iguales es trascendida por la emoción empática del respeto a la legitimidad del otro y la otra, según gusta decir a nuestro biólogo Humberto Maturana; y cuando en la relación con la naturaleza empezamos a entender que como seres humanos somos cultura y biósfera, imbricados y en continuum. 
Tal como hace algunos pocos siglos, en los orígenes de la época moderna, el proceso histórico que impulsaron los padres fundadores, con sus ideas de progreso y de racionalidad instrumental, llevaron a que “todo lo sólido del antiguo mundo feudal se desvaneciera en el aire”; hoy, de igual modo, pero en distinto signo, las nuevas ideas del paradigma ecológico llevan a que “todo lo sólido del antiguo mundo moderno occidental se desvanezca en el aire”.
Claro que, igual que ayer, en ese proceso histórico se está gestando otro “aire”, cuyas “moléculas” son las nuevas ideas y valores que respiraremos todos en el mañana. Y quizas qué nuevas tristezas y alegrías, sufrimientos y sueños, nos depare ese mañana. No sabemos. Lo que sí sabemos es que, a manera de cambio histórico, hoy en el aire flota una nueva mirada y nuevas conversaciones.


* www.hernandinamarca.cl
1 De la profusa obra de Ken Wilber, sugiero el libro Breve Historia de Todas las Cosas, editado por Kairós en español.
2 A quienes se interesen por esta materia sugiero el capítulo 1 del libro de mi autoría Epitafio a la Modernidad (ver en www.hernandinamarca.cl) en el que hay un intento de sistematización de las diferentes miradas interpretativas del presente como Historia.  
 En lo personal, en el actual cambio de época me gusta hablar de autores que están creando en los últimos cicncuenta años e inmersos en una postmodernidad históricamente constructivista, relevando así a un conjunto plural de pensadores y actores sociales que han venido proponiendo emociones, ideas y prácticas para las construcción cotidiana y sincrónica de un mundo diferente. Entre ellos, menciono a los que a mi me han animado, aunque sé que son legión: Fritjof Capra, Ken Wilber, Brian Swimme, Hubert Reeves, Morris Berman, Humberto Maturana, Riane Eisler, De Souza Silva, Francisco Varela, Vandana Shiva, Gregory Bateson, Thomas Berry,  Abraham Maslow, David Ray Griffin, Edgar Morin, Jeremy Rifkin, Bruno Latour, y tantos otros pensadores y científicos, diversos entre si, que ni siquiera se sentirían tal vez interpelados por nuestro afán en inscribirlos como tales. Pero confiamos que en perspectiva histórica serán más unidos que confrontados.

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