Búsquedas en la memoria
E l e n a Á g u i l a * “La persistencia de la memoria”, Salvador Dalí
Uno de mis lugares de búsqueda ha sido la memoria. La memoria y el trauma, en general, y la memoria del golpe militar en Chile-1973 y la dictadura 1973-1990, en particular. He buscado saber del duelo y la melancolía del duelo no completado. También de la superación del trauma y la reinserción en los vínculos y los hechos del presente. En esa búsqueda he conocido gente, colectivos, ritos, libros y algo de eso es lo que quisiera compartir en esta sección. Es, por supuesto, una invitación a que otr@s memorios@s escriban aquí también.
Lo que viene son notas de lectura del libro de Tzvetan Todorov, Los abusos de la memoria. Barcelona: Paidos, 2000.
¿Es la memoria siempre algo bueno y el olvido un mal absoluto? ¿Permite el pasado comprender el presente o sirve, en ocasiones, para ocultarlo? ¿Son recomendables todos los usos del pasado?
La memoria no se opone al olvido. Los dos términos para contrastar son el olvido y la conservación; la memoria es, en todo momento y necesariamente, una interacción de ambos. La memoria, como tal, es forzosamente una selección: algunos rasgos del suceso serán conservados, otros inmediata o progresivamente marginados, y luego olvidados. Conservar sin elegir no es una tarea de la memoria.
El acontecimiento recuperado puede ser leído de manera literal o de manera ejemplar.
Por un lado, el suceso –supongamos que un segmento doloroso de mi pasado o del grupo al que pertenezco– es preservado en su literalidad permaneciendo intransitivo y no conduciendo más allá de sí mismo. Subrayo las causas y las consecuencias de ese acto, descubro a todas las personas que puedan estar vinculadas al autor/acontecimiento inicial de mi sufrimiento y las acoso, estableciendo además una continuidad entre el ser que fui y el que soy ahora, o el pasado y el presente de mi pueblo, y extiendo las consecuencias del trauma inicial a todos los instantes de la existencia presente.
O bien, sin negar la propia singularidad del suceso, decido utilizarlo, una vez recuperado, como una manifestación entre otras de una categoría más general, y me sirvo de él como de un modelo para comprender situaciones nuevas, con agentes diferentes. La operación es doble: por una parte, como en un trabajo de psicoanálisis o un duelo, neutralizo el dolor causado por el recuerdo, controlándolo y marginándolo; pero, por otra parte -y es entonces cuando nuestra conducta deja de ser privada y entra en la esfera pública-, abro ese recuerdo a la analogía y a la generalización.
El pasado se convierte por tanto en principio de acción para el presente.
El uso literal, que convierte en insuperable el viejo acontecimiento, desemboca en el sometimiento del presente al pasado. El uso ejemplar, por el contrario, permite utilizar el pasado con vistas al presente, aprovechar las lecciones de las injusticias sufridas para luchar contra las que se producen hoy día. Supone también separarse de la exclusiva focalización en el yo (mi dolor, lo que a mí me pasó, mi pérdida) para ir hacia el otro.
Cuando una comunidad no consigue desligarse de la conmemoración obsesiva del pasado, tanto más difícil de olvidar cuanto más doloroso, o algunos individuos, en el seno de esa comunidad, incitan a ésta a vivir de ese modo, el pasado sirve para reprimir el presente.
Todos tienen derecho a recuperar su pasado, pero no hay razón para erigir un culto a la memoria por la memoria; sacralizar la memoria es otro modo de hacerla estéril. Una vez restablecido el pasado, la pregunta debe ser: ¿para qué puede servir, y con qué fin?
La memoria ejemplar utiliza la lección del pasado para actuar en el presente.
El uso de la memoria, entonces, no se limita a reproducir el pasado sino que sirve a una causa.
Revivir el pasado en el presente implica pasar por tres hitos:
1. Establecimiento de los hechos, creación de archivos.
2. Construcción del sentido: una vez establecidos los hechos necesitamos interpretarlos, e.d., relacionarlos unos con otros, reconocer las causas y los efectos, establecer parecidos, gradaciones, oposiciones. Ya no sólo establecemos qué paso, también buscamos comprender lo que paso. Comprender los procesos políticos, sociales, psíquicos involucrados.
3. Puesta en servicio: tras haber sido reconocido e interpretado, el pasado debe ser utilizado en el presente. Poner el pasado al servicio del presente es una acción política. Para juzgarla no basta con exigirle una verdad de adecuación (como en el establecimiento de los hechos) o una verdad de desvelamiento (como en la construcción del sentido); es preciso evaluarla en términos de bien y mal, con criterios políticos y morales. No todos los usos del pasado son buenos y el mismo acontecimiento puede dar lugar a lecciones muy diferentes.
Es superfluo, entonces, preguntarse si es o no necesario conocer la verdad sobre el pasado: la respuesta es siempre afirmativa. Lo que debemos preguntarnos es a qué objetivos se intenta servir con ayuda de la evocación del pasado.
Nuestro juicio al respecto procede de una selección de valores, en lugar de derivar de la investigación de la verdad; hay que aceptar la comparación entre los beneficios pretendidos a través de cada utilización particular del pasado.
La búsqueda del pasado siempre es política porque siempre se hace al alero de intereses que tienen que ver con el presente.
La labor de la memoria se somete entonces a dos series de exigencias: fidelidad para con el pasado, utilidad en el presente.
* Elena Aguila, doctora en literaturas hispánicas de Boston University, es escritora, bloguera y editora. Actualmente está dedicada al periodismo cultural.
No hay comentarios:
Publicar un comentario