jueves, 7 de julio de 2011

¿Puede Chile virar a un nacionalismo fraterno?

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E s t e b a n   T e o   V a l e n z u e l a *

Cuadro de Xul Solar. http://www.literaberinto.com/pintura/xul/XulSolar4.jpg

Me casé en una capilla de Macul con la canción de John Lenon Imagine, donde el Beatle ensueña un mundo sin fronteras. Participé de la Pastoral Juvenil donde cantábamos que no te importe la raza ni el color de la piel. Somos de los que optamos, en nuestra búsqueda, ser generaciónY, aquélla que puede ser muy chileno y pro Bolivia, aquélla que evoca a Neruda y llora a Sábato, la que le gusta el vino pero prefiere el pisco sour peruano, aquélla que no tema un país plurinacional con un vicepresidente mapuche y con regiones con presidentes electos. Somos los que buscamos un nacionalismo cosmopolita, amable y fraterno para un nuevo metarelato de Chile. La ironía de Neruda la comparto: “Patria, palabra triste como termómetro o ascensor”. Sé que soy muy chileno, pero quiero ese Chile que no tema a los mapuches, como dice Elicura Chihuailaf, que dé autonomía a regiones y a la Isla de Pascua, que quiera ser un ejemplo de cooperación y fraternidad en América Latina.

Es viable re-crear un nacionalismo  fraterno en América Latina, dialógico e incluyente, tomando las lecciones desde Europa. El Bicentenario de la mayoría de las repúblicas latinoamericanas fue un tiempo fecundo para dialogar sobre el nacionalismo, aceptarlo como realidad  y entender que la “integración”  no es un sustituto del mismo, como a veces suena en cierta retórica bolivariana. El sociólogo Ulrich Beck lo ha dicho en el caso de Europa; su nuevo constitucionalismo y la manera de pensar con “y” (integradora) en vez de la “o” (excluyente), ha permitido que un bávaro se sienta igualmente alemán y europeo, o que un catalán acepte la selección española y se defina como un mediterráneo europeísta. Es la inevitable búsqueda humana de identidad y de un nosotros; por lo cual hay que transformar aquellos nacionalismo cerrados y agresivos con miedo al otro y actitudes fetichistas, como el propio caso de Chile que se encierra en su mito de ser los ingleses de América, una isla distinta a los otros, temeroso de dar poder a sus regiones y de reconocer potestades a los mapuches, así como abrirse a una mayor fraternidad con peruanos y bolivianos, como sí lo ha ido alcanzado con Argentina.  País dual, ya que por otra parte, el aporte de extranjeros es esencial en su historia,  recibe crecientemente emigrantes y sus nuevas generaciones quieren practicar la solidaridad interamericana
Los chilenos son conocidos por ser nacionalistas en su dualidad; seña de identidad para ser parte de un nosotros, y riego de agresividad y diferenciación con los otros. Así está  la bella expresión utópica de su himno, Chile como copia feliz del edén, al más controvertido lema de su escudo acompañado de un huemul y un cóndor: por la razón o la fuerza. A Gabriela Mistral le atemorizaba y sugirió ser menos cóndor y más huemul (1925), con adoración por el manso ciervo de los bosques del sur. Mis hijos, en cambio, casi un siglo después, se molestaron en su colegio en Guatemala cuando escucharon el himno local con la frase de que el quetzal vuele más alto que el cóndor (del sur) y el águila real (del norte). El escudo chileno y el himno guatemalteco no son más que hijos de la fuerte construcción nacionalista en todo el planeta en el siglo XIX. Neruda, que amó profundamente a Chile, a veces se irritaba (sufrió el exilio) y decía con sarcasmo patria, palabra triste, como termómetro o ascensor. Los escritores Jorge Edwards y Mario Vargas Llosa la han citado como una sabia ironía.
Chile  ha tenido sus méritos de democracia estable y redes sociales para los más pobres, temprana institucionalización y baja corrupción, pero a su vez una historia con episodios duros de violencia, desigualdades sociales y centralismo, en la línea de muchos países del Continente. Pero no todos tienen un juicio equilibrado de su historia, y durante el siglo XIX se encubó un peligroso relato de la singularidad chilena, llevado al paroxismo por Nicolás Palacios que inventa nada menos que Raza Chilena (1904) con esos peligrosos tintes de superioridad. El historiador de la cultura chilena, Hernán Godoy, expresa que la tesis central es que "el roto chileno (hombre de pueblo) constituye una entidad racial perfectamente definida; como mestizo, de godo y araucano, ambos de psicología patriarcal, lo que representa el valor humano superior”.
Primero fue el verbo, comienza el Evangelio de San Juan, y en la narrativa nacional chilena, se enseña la primera descripción de los chilenos con una épica militante en el texto de La Araucana del cronista Alonso de Ercilla: “Chile, fértil provincia y señalada en la región antártica famosa, de remotas naciones respetada por fuerte, principal y poderosa; la gente que produce  es tan granada, tan soberbia; gallarda y belicosa, que no ha sido por rey jamás regida ni a extranjero dominio sometida”.
Tomando en cuenta este libro del Génesis del ser nacional, no es raro que los chilenos sean educados en un nacionalismo “algo” cerrado, marcado por la singularidad y superioridad. En mi caso tuve la suerte de conocer tempranamente a historiadores críticos y supe que nuestros ancestros del valle de Rancagua, los promaucaes, no sólo fueron malos guerreros y algo relajados en exceso, sino que además tuvieron el pecado del mestizaje, ya que los incas llegaron hasta el río Maule a fines del siglo XV, dejaron el Pucará de La Compañía, decenas de localidades y palabras, los misteriosos siete soles de Malloa y, por cierto, mezcla social. Así es la poco “pura” descripción de Jerónimo de Vivar de los hombres de mi tierra, mezcla de picunches (mapuches del norte) e incas: “Esta provincia de los promaucaes que comienza de siete leguas de la ciudad de Santiago, que es una angostura, aquí llegaron los incas cuando vinieron a conquistar esta tierra, y de aquí adelante no pasaron… Adoran al sol y a las nieves porque les da agua para regar sus sementeras, aunque no son muy grandes labradores. Es gente holgazana y grandes comedores... sembraban muy poco, y se sustentaban el más tiempo de raíces de una manera de cebolla... Visto los Incas su manera de vivir los llaman Promaucaes que quiere decir lobos monteses”.
Discursos contradictorios, prácticas heterodoxas, pieles mezcladas en el país donde se impuso en su paranoia geopolí-tica, fundada en un siglo y medio de pleitos limítrofes, un relato de Chile homogéneo, donde en Arica había que bailar cueca  para que las danzas aymarás fueran secundarias, y en la Patagonia había que tener cuidado con los ché, lo que además hacía imposible el sueño de dar autonomía a las regiones porque podían ser infiltradas o tener tendencias secesionistas, como el caso de Magallanes. Esta tradición nacionalista liberal chilena se acrecentó con el régimen portaliano centralista del siglo XIX y con la dictadura de Pinochet y sus actos cívico-militares, exaltando la guerra  interna y externa,  y nuevos mitos, como aquel del Ejército jamás vencido.
Así ha sido Chile con su singularidad fascinante y peligrosa, ámbito de disputas políticas por el sentido cultural del mismo; la Democracia Cristiana hizo la Marcha de la Patria Joven con reforma agraria y chilenización del cobre, la izquierda animó la Nueva Canción Chilena con Violeta Parra y Víctor Jara  para acompañar la vía chilena al socialismo con empanadas y vino tinto, y la derecha con los militares defendieron la segunda independencia nacional liberándola del marxismo para reencontrarla con el ser nacional. Todos por el Chile a su modelo, y el país se convirtió en una Nación de enemigos, como tituló un libro el politólogo chileno-norteamericano Arturo Valenzuela; el saldo de los proyectos fundacionales de Chile. La nueva democracia, con los dolores del quiebre democrático, ha inaugurado una etapa de consensos, en que, sin embargo, sigue pendiente terminar con el miedo a los otros, tanto internos (mapuches, regiones) como externos (el vecindario, Perú y Bolivia, sobre todo).
El problema del nacionalismo cerrado no es sólo chileno, se repite en el continente con diversas complejidades y un dato ineludible: los pasos de integración fracasan en el incumplimiento de convenios porque ningún país quiere delegar niveles de soberanía para contar con una autoridad que vele por el cumplimiento y tenga poder sancionatorio (lo básico del éxito de la Unión Europea). Así se da la paradoja: Europa que vivió dos guerras terribles es ejemplo de integración y mayor cooperación estructural (los fondos de apoyo a regiones rezagadas, moneda común, políticas sociales), mientras el continente Americano,  casi sin guerras en el siglo XX (el Chaco y otros conatos, aunque con mucha guerra a los enemigos internos producto de la Guerra Fría y la Doctrina de Seguridad Nacional), permanece sin dar pasos significativos, aunque en la retórica se vuelve a anunciar una comunidad  de naciones.
Decidimos romper la antinomia nacionalismo o integración. En el siglo que viene hay que apoyar un nacionalismo abierto y una integración pragmática, que permita fundar las nuevas prácticas, el fin de fronteras, las ciudadanías mixtas, los convenios universitarios, el camino hacia la utopía concreta de la fraternidad. Hay que leer desde el nacionalismo y aquí está el viaje que hicimos, para comprender, aceptar y así transformar… Pero aquí estamos, con sueños de fraternidad universal en culturas nacionalistas, que podemos amabilizar.

* Esteban Teo Valenzuela, Máster en desarrollo, escritor, desde Guatemala.



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