A l e j a n d r o B o r i c P e l l e r a n o
Sr. Carlos Peña
Rector Universidad Diego Portales
Presente
Estimado Rector,
He tomado la iniciativa de dirigirme a usted por medio de esta carta, que además hago pública, como una forma de aportar al debate sobre la educación en el país y en particular al ejercicio del diálogo, la reflexión y la práctica de la democracia al interior de la comunidad académica. Lo hago teniendo como referencia su última columna de opinión en el diario El Mercurio este Domingo 21 de agosto y en mi calidad de docente de la Universidad Diego Portales, entidad que estimo mucho y a la que me siento orgulloso de pertenecer. Entre otras cosas porque valoro de nuestra Universidad su calidad académica, su espíritu pluralista y su preocupación por el acontecer nacional.
Lo que me mueve no es un afán de antagonismo a la autoridad. Sé además que usted emitió sus opiniones en forma personal y no como Rector. Pero tal como usted nos recordó en el caso Matte-Karadima, las palabras están cargadas de significados y consecuencias según el contexto y la condición de quien las emite. De modo que los juicios que usted emite (tales como "vergonzosa nueva beatería") en relación al comportamiento de profesores, conllevan implicancias también al interior de nuestra universidad y su comunidad de docentes.
He sabido apreciar sus columnas de opinión porque creo que han hecho aportes importantes al análisis y comprensión de situaciones a veces complejas en el país. Especialmente valoro su denuncia de discursos incoherentes y prácticas poco éticas, a veces revestidas en discursos de moral convencional. En esta ocasión no obstante, me permito disentir en varios puntos con su última columna y lo hago desde una postura dialogante y respetuosa, que espero usted valore como un aporte a la reflexión. Me tomo acá de sus palabras en el sentido de que para experimentarnos como seres inteligentes necesitamos que los otros nos ofrezcan cierta resistencia.
Usted plantea en su artículo que "lo más llamativo del conflicto estudiantil es la facilidad con que a veces sin mayor reflexión se les ha concedido toda la razón a los jóvenes". Y hace un llamado a los adultos a no imitar el comportamiento juvenil ni celebrar acríticamente sus demandas. En particular a que los profesores cumplamos con "el deber" de "comportarnos como tales" y que los políticos estén a la "altura de su dignidad". De otro modo ni familia, ni universidad, ni democracia funcionan.
Concuerdo con usted en la necesidad de no caer en un facilismo emotivo y embobarse con la rebelión juvenil. Pero estoy sólo parcialmente de acuerdo. Porque a la vez me pregunto si no sería bueno para el país que los padres dejaran de comportarse según las definiciones que nuestra sociedad racional y patriarcal le asigna a la función paterna: autoridad normativa y proveedor económico. Me pregunto si a Chile no le vendría mejor tener padres más presentes y cercanos, menos centrados en reglamentar y proveer, y más abiertos a escuchar, intimar y conectarse afectivamente con sus hijos. Si no sería mejor tener políticos que, desoyendo los consejos de Macchiavello, estuviesen menos motivados en alcanzar las alturas de un poder dudosamente digno, desde la lógica del antagonismo y la desconfianza, y se atreviesen a ser más transparentes y honestos. Y profesores universitarios capaces de ser sensibles y responsables con el acontecer nacional más allá del cumplimiento de sus deberes de cátedra.
Puedo equivocarme, pero lo más llamativo del conflicto estudiantil es para mí precisamente el hecho de que no se trate sólo de un conflicto por la sola mejora en la calidad de la educación como quieren hacernos creer algunas autoridades de gobierno. Los jóvenes han logrado recoger y expresar una aspiración que viene desde la dimensión de la utopía y de la ética, áreas ambas que trascienden –pero no contradicen– la pura racionalidad y se ubican en la legítima y muy humana esfera del querer y del sentir. Los jóvenes de hoy tal como en su tiempo los de otras generaciones como en los sesenta y ochenta –generación esta última en la que probablemente tanto usted como yo sentimos el orgullo de haber participado activamente– aportan una dimensión valórica y de sentido a un país que parecía haberla perdido, entre otras cosas por exagerar criterios como la racionalidad, el realismo, el pragmatismo y el cumplimiento -a veces acrítico y cómodo- de deberes y roles pre-establecidos.
No desconozco el valor que ocupan en la convivencia humana la racionalidad, la prudencia y el respeto a reglas, procedimientos e instituciones, ni me parecen constructivas posturas simplistas, anarquistas o romanticismos sin fundamento. Si bien es posible observar algunas de estas actitudes en las expresiones de ciertos grupos, no creo que ellas caractericen en lo central el comportamiento de los dirigentes estudiantiles actuales. Uno puede disentir en algunas de sus decisiones y no concordar en todas sus demandas, argumentos y propuestas. Pero en lo grueso me parece que han sabido integrar firmeza en su movilización con argumentos válidos y razonables sobre todo en el plano ético, pero también en lo político y lo técnico. En ese contexto, no concuerdo en interpretar la adhesión que su movimiento ha generado en adultos y profesores como acriticismo ingenuo o irresponsabilidad en el cumplimiento de sus deberes. Más me parece apoyo consciente a planteamientos valóricos y a la demanda por soluciones profundas.
Concuerdo plenamente con usted en que la búsqueda e implementación de soluciones concretas al tema de la educación y otros que están en debate, deben ser pensadas desde la razón para que sean viables y posibles. Pero no desconozco el papel que cumplen la movilización social –que a veces debe ser tenaz para conseguir resultados–, el discurso valórico y la adhesión afectiva a una causa justa. Tanto por parte de jóvenes como de adultos y profesores. Y también de autoridades universitarias, a quienes pudimos ver en las calles semanas atrás.
Todos sabemos que hay ciertos temas en el país que no se han resuelto y que por el contrario parecen ir de mal en peor. Por lo tanto valoro el modo cómo los jóvenes están expresando una aspiración por un país más inclusivo, igualitario y justo. Un país en que las condiciones estructurales de inequidad y las diferencias de oportunidades en educación y otros ámbitos no se sigan reproduciendo escandalosamente. En donde la ley y el derecho no sigan amparando que algunas empresas impongan tasas usureras a sus clientes y deudores como ha evidenciado el patético caso de La Polar. Un país en donde no sean posibles ni justificables las escandalosas desigualdades de ingresos, en el que gerentes de empresas –ni hablar de algunos dueños– pueden llegar a ganar más de cien veces lo que uno de sus empleados. Situación que lamentablemente pareciera no ser muy distinta en algunas universidades y establecimientos educacionales privados.
Y como sabemos bien, esto justamente se explica y justifica desde un discurso que apela por ejemplo a la existencia de las leyes del mercado, como realidades irrefutables. Si bien son una realidad factual, ciertamente las leyes del mercado están lejos de ser verdades científicas incuestionables o realidades ontológicas. Son más bien la expresión de una forma de ver y vivir la condición humana. La antropología filosófica que subyace a las leyes del mercado –un ser humano movido sobre todo por motivaciones egoístas y consumistas, desconectado de los otros y del sistema ecológico que lo rodea– es una visión que ha permeado nuestra comprensión del ser humano y la realidad, que merece seriamente ser puesta en discusión, dado su poder para generar y justificar realidades.
El empleo riguroso del pensamiento ciertamente es fundamental para la comprensión y resolución de los problemas humanos y el ejercicio responsable de la democracia. Pero de igual modo, para que la razón sea instrumento válido, ella debe estar conectada a otras esferas de lo humano, como por ejemplo la afectividad y el espíritu. Caso contrario, el pensar correcto se puede transformar en un nuevo mito, tal como en su tiempo lo fueron –y aun hoy en algunos círculos– los dogmas religiosos. La psicología sabe muy bien que la razón suele ser engañosa, cuando está al servicio del ego, ese personaje fabricado por nuestro propio pensamiento y que tiende a emplearlo al servicio de sus intereses. Los psicólogos nos hablan de los mecanismos de racionalización y de intelectualización, un tipo de actividad del pensamiento que usa la razón al servicio de motivaciones veladas inconscientes.
Quizás es tiempo de dejar el racionalismo como paradigma único del saber y darle su lugar a otras esferas del ser. Tal vez es tiempo de que en nuestras universidades nos abramos a formas de convivencia y de saber que desafíen el predominio de la razón pura y el empirismo científico. Y validemos e implementemos espacios dedicados educarnos en afectividad, en sensibilidad, en formas de vincularnos más sanas y amorosas. Los místicos –probablemente quienes han llegado más profundamente en la comprensión de lo humano– nos dicen que si la razón no va unida a esferas más profundas de la consciencia, el pensamiento se vuelve un ejercicio vacío, engañoso y al servicio de los intereses del ego. Para que el pensamiento sea verdaderamente creativo y fructífero, nos dicen, debe estar conectado a una capa más profunda del ser, en donde se revelan verdades tales como la percepción de unidad entre todas las cosas y seres, y la compasión y paz como estados propios de una naturaleza humana más profunda y verdadera. Sería muy provechoso considerar sus propuestas en serio y abrirse a estudiarlas y experimentarlas en escuelas y universidades para poner a prueba la veracidad de sus dichos.
¿Qué es "la realidad" y cuál el así llamado "principio de realidad"? Me pregunto cómo sería hoy la "realidad concreta" de millones de afroamericanos en USA si M. L. King se hubiese dejado llevar sólo por el realismo y no por su profunda capacidad de amar, que lo llevó a soñar y crear una realidad distinta. La epistemología y las ciencias actuales reafirman esta idea de que no existen verdades objetivas, que la realidad es compleja y diversa. Más aun, nos dicen que la realidad la construimos desde nuestras creencias, paradigmas, subjetividades e intersubjetividades. De modo que "ser realista" será distinto según qué realidad estoy viendo y según qué realidad quiero crear en mi mundo y en el mundo intersubjetivo compartido. En lo personal creo firmemente que necesitamos ampliar nuestras definiciones de lo que es real, así como también la de los roles establecidos y los deberes asociados a ellos.
El racionalismo en mi opinión forma parte de una visión patriarcal que ha dominado la consciencia humana por siglos y que "define" un tipo de realidad, que creo es justamente parte del problema. Los psicólogos han demostrado por ejemplo, cómo desde la razón se puede invalidar la experiencia vívida de otra persona y de paso invalidar a ésta como interlocutora. Primero yo defino lo que "es real", luego invalido la experiencia del otro cuando no calza con mi definición y además no le doy la oportunidad de salirse de mi paradigma. Doble vínculo, le han llamado los teóricos de la comunicación. Es lo que hace un padre cuando ignora e invalida el sentimiento de abandono que experimenta su hijo o hija así como su demanda por mayor autenticidad en la relación. Ante la amenaza de que el padre lo rechace aún más, el/la hijo/a suele negar sus sentimientos y aceptar "la realidad" que le propone-impone su padre. Por supuesto que el padre hace esto como una forma de defenderse ante la amenaza de perder su rígido control emocional y el lugar de poder en la relación. Mecanismo defensivo, autoritarismo, patriarcado.
El lúcido W. Reich nos dijo hace casi un siglo que esta es la forma en que la sociedad patriarcal se reproduce en el seno de los vínculos interpersonales. La autoridad controla al niño y al joven "castrando" su energía creativa, emocional y erótica, de modo que éste debe contraerse en una coraza defensiva y adaptarse a los criterios impuestos por el padre. Y así se transforma en un joven sumiso, obediente y respetuoso de los adultos, dignatarios y poderes establecidos.
Pero el/la hijo/a puede también optar por validar sus propios sentimientos percepciones y demandas y no aceptar los mandatos del Padre (léase también profesor, autoridad, estado) como criterio único de realidad. Me parece que hoy día estamos en presencia de este fenómeno a nivel social y generacional en nuestro país. Los estudiantes organizados están diciendo NO. ¡No queremos sus definiciones de lo que es real y posible en este país! Lejos de aceptar los estereotipos insultantes con que los ven ciertos adultos, que los ningunean como inútiles, subversivos o irreflexivos, ellos corajudamente se están asignando un papel protagónico y creador de nuevas realidades posibles en este país. Y lo están haciendo, a mi modo de ver, mostrando capacidad reflexiva, madurez y generosidad.
La demanda estudiantil revalida el rol de la utopía, la pasión y el anhelo en nuestra sociedad. No es casual que las movilizaciones estudiantiles vayan acompañadas de bailes, murgas, disfraces, carnavales. Es decir reivindicación del eros y la alegría. Recuperación de la capacidad de rebeldía, desfachatez y espontaneidad, que tanta falta le hace a nuestra sociedad chilena, autoritaria, hipócrita y temerosa.
El lugar que usted parece asignarnos en su columna de opinión a adultos, profesores y padres en relación a los jóvenes me parece a lo menos estrecho. No hace justicia a nuestra calidad de personas y ciudadanos ni al desempeño integral de nuestros roles. La escena aludida en el congreso tal vez sea un muy buen símbolo de un necesario cambio y flexibilización en los papeles. Hay técnicas terapéuticas que justamente aplican la inversión de roles para destrabar conflictos, flexibilizar posiciones y abrir lazos de empatía y entendimiento entre las partes. De modo que sin beatificar a nadie celebro profundamente lo que ocurrió en el congreso. Qué bueno que los estudiantes puedan hablarle de igual a igual y con argumentos a sus adultos y dignatarios. Sin complejos, sin temor a ser reprendidos o ridiculizados. Sentimiento tan generalizado en nuestro carácter nacional, tan hábilmente inducido por quienes se ubican en lugares de poder y tan conveniente a sus intereses.
Qué bien le haría a tantas familias de este país que algunos padres dejaran el lugar distante y frío en que se encuentran, escucharan más a sus hijos y se abrieran a nuevas formas de convivencia familiar. Qué bien le haría al país si la educación no estuviese definida sólo como instrucción técnico-cognitiva y se consideraran dentro de su ámbito otras esferas del ser, como la afectividad, las relaciones humanas y el bienestar subjetivo. Tal vez hay que cambiar la mirada sobre el tipo de viejo y de adulto que usted dice necesitamos como sociedad. Tal vez junto a la facultad de buen razonar, necesitamos adultos más capaces de ser sensibles y no sólo "razonables", dispuestos a dejarse interpelar por los jóvenes, a replantearse sus paradigmas sobre la realidad y a renunciar a sus privilegios.
Puedo equivocarme. Pero junto con anhelarlo, creo que está naciendo, al menos en un buen porcentaje de nuestros jóvenes, un tipo de consciencia humana más madura e íntegra, en que la razón no está escindida del corazón, un tipo de consciencia más sensible a percibir las interconexiones entre los seres humanos y entre éstos y su entorno y el cosmos, una consciencia que aprecia la transparencia y la congruencia en los líderes por sobre los discursos y la retórica. Una consciencia más centrada en lo esencial y "el alma" que en el ego y la apariencia, que valora más el compartir que el competir, y que aprecia también la relajación, el goce y la belleza y no sólo el esfuerzo, el trabajo y el logro. Y quiero creer que esto es parte de lo que se está jugando hoy día en las calles, en los colegios y universidades, en los debates y en el congreso. Entonces, antes que situarme desde la desconfianza o la suspicacia, prefiero alentar esta visión, con decisión y aporte reflexivo, ayudando a que el movimiento y las energías se canalicen creativa y positivamente.
Estas son algunas de mis percepciones, apreciaciones y anhelos en el actual contexto. Muy posiblemente usted comparta algunas de ellas, como tal vez en otras tendremos legítimos desacuerdos. En lo personal, me pareció pertinente compartirlos por medio de esta carta dirigida a usted y hacerla pública como un aporte a la reflexión que, me consta, muchos académicos y alumnos de nuestra universidad y otras estamos haciendo en estos momentos.
Le saluda con sincero respeto y afecto,
Alejandro Boric Pellerano
Docente de Pregrado
Director del Post Título de Psicoterapia Humanista Transpersonal
Facultad de Psicología - Universidad Diego Portales
Santiago Agosto 26 de 2011
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