miércoles, 14 de septiembre de 2011

Los amantes insaciables

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M ó n i c a   O l i v a *


No come y casi no duerme y está loco en la aridez de la urbe, y muriendo de amor. Juan, el solitario, se encuentra en una encrucijada como nunca antes se ha encontrado en su vida. Definitivamente necesita ya mismo experimentar el sentido de la existencia, ya mismo, sin dilaciones experimentar el amor, sí el único sentido de la vida es el amor, el trillado amor, el eterno amor, el loco amor. Tiene el corazón rojo de sangre arterial y piensa que quizás vale la pena otra vez intentar fundirse en su alma y ser uno con ella. Ser la rueda humana de Platón, y caminar con cuatro brazos y cuatro piernas con ella, con su amor, y tener dos rostros en uno e ir para un lado y para el otro, y sin tener que girarse, recorrer todo el universo. Correr, volar, girar, bailar, y ser poderoso siendo uno con ella, siendo un universo completo y no una mitad, una mitad, una angustiosa mitad. Juan se dice a sí mismo, estoy
"Cansado
y solo.
Cansado
hasta el punto de que me duele el espíritu" 1
Juan, el eremita, sabe que no tiene el derecho a desfallecer, pero no puede más ser una mitad y sabe que quizás ella es capaz de comprender su soledad, la honda soledad que nadie entiende, ni él mismo. En realidad es casi seguro que ella tampoco lo va a entender y menos que menos va a entender eso de querer ser todo el tiempo y en todas partes una rueda cósmica, que gira y gira y gira a toda velocidad con cuatro brazos y cuatro piernas hasta la explosión de la conciencia en un sol rojo. Una puntada en el corazón lo tiene alterado y ulula desde el fondo del alma invitándolo no sabe adónde. No encuentra con quien compartir el dolor, a pesar que Juan sabe que el dolor no es para ser compartido, sino para ser transformado en gozo en la soledad. Pero no puede más, y le duele el alma, le duele mucho el alma, mucho y no sólo el alma sino el espíritu, y corriendo a más no poder parte por las calles de la ciudad en su búsqueda. Corre, Juan corre a toda velocidad a buscar a su amor.
"Ojala sea yo inmolado
por aquello que, en la víctima,
no ha rehuido el sacrificio" 2
Quien pudiera ser amado así dice Juan, hasta el punto en que la víctima no rehúya el sacrificio del amor. Quien pudiera amar así. Está convencido de su capacidad de entrega al sacrificio del amor, convencido de cuánto quiere entregarse a su causa, poco importa qué causa, pero sabe que busca el amor, sí el amor, el trillado amor, el eterno amor, el loco amor. Quiere que el amor fecunde su alma confundida, y sabe que nada de lo que encuentra a su alrededor lo satisface y se identifica con el vate del rock and roll que cantaba que no podía encontrar satisfacción. No, no puedo encontrar satisfacción, se dice una y otra vez. Nada, nada lo satisface y Juan nada en las aguas de su vida que se espesan y lo frenan.
Sin embargo, está otra vez corriendo como desesperado para buscarla a ella, a ella, a su amor de siempre. Pero sabe que ella no puede satisfacerlo, sabe que nada lo satisface, nada lo satisface, nada, Juan, nada a brazo partido en las aguas de la vida. Pero no, quizás se equivoca, quizás ella, quizás ella, la bella… quizás ella también lo sueña. Y entonces él aprenda a abrirle la puerta y dejarla entrar en su corazón. En este preciso instante tiene apretada la clave de su alma en sus manos para entregársela a ella. Sí, se la va a entregar.
Corre, corre Juan a buscarla a ella con la clave en la mano, a ella, tan dulce, a ella, tan hermosa, a ella, tan buena, a ella, tan mujer… Tiene la clave, la lleva bien apretada. Llega corriendo agitadamente a su casa, resuena la campana en el universo y ella lo atiende por el balcón y le pregunta: Juan, ¿a qué vienes otra vez? Vengo a amarte, amor mío. Te amo desde el fondo de mi corazón, te amo desde la cabeza a los pies, te amo. Tengo la clave. Ella lo mira, baja del balcón, le abre la puerta y le dice no, Juan, no, acuérdate que la otra vez cuando viniste y te amé con toda el alma, me abandonaste y casi muero por ti cuando desapareciste. Me juraste que ya nunca más vendrías a pedirme el sacrificio de morir de amor por ti. Yo no sé nada de sacrificios, Juan. Yo, si te amo, te amo y eso es todo. Y te amo, Juan, Dios sabe cuanto te amo, pero no te entiendo. Ahora tengo la clave, le dice Juan. No, no te entiendo, ni entiendo tu sed ni tu hambre ni tu falta ni tu angustia ni tu dolor ni tu búsqueda ni tu vacío ni tu tortura ni tu ausencia ni tu desesperación ni tus corridas ni tus insomnios ni tu utopía ni tus delirios ni tu miedo ni tu sacrificio ni el globo ni la rueda ni tu nada. No. Pero no hace falta que me entiendas, le dice Juan, pues basta que me ames, basta, y además te traje la clave. Mira, tengo la clave. No, Juan, ni tu clave, ni tu clave. Él está sediento y se ha olvidado que luego que beba de su cuerpo la va a abandonar, y sin embargo quizás no, porque ella es todo para él, todo, todo, ella es su mitad, ella lo completa y entonces le dice que la ama hasta la voluntad de no querer ser más él sino ella, hasta el sacrificio de fundirse en sus deseos de querer tenerlo siempre, hasta morir de amor por ella. Juan quiere la rueda de Platón, quiere la rueda de cuatro piernas y cuatro brazos porque la ama. Quiere correr, girar, bailar, volar, quiere la rueda que saca chispas y se ilumina con la velocidad del giro. Ella lo mira y se consume de amor por su fuego, tan potente es el fuego de Juan, su Juan, tan potente como el de nadie es el fuego de su amado Juan, y se entrega y él la mata suavemente cuando ella enloquece nuevamente por su amor. Corren y corren y giran y giran y bailan y bailan y vuelan y vuelan y brilla y brilla la rueda perfecta que destella en el sol.
Otra vez lo mismo. No es el momento. Ahora no, no ahora, Juan le dice que finalmente Dios se hizo hombre y que él quiere hacerse Dios.
"Dios se hizo hombre
en la víctima,
cuando eligió ser sacrificado" 3
No sé amarte, no puedo quedarme contigo, yo me voy, amor mío, déjame emular a Dios, le dice Juan, déjame ir, déjame sacrificarme. Y huyendo otra vez, le ruega dulcemente, pero ámame igual, sacrifícate mi amor, no rehúyas el sacrificio de sufrir de amor por mí hasta morir. Ella se muere por su amor y lo llama a los gritos cuando él la deja sola otra vez. No me abandones Juan, nunca más te voy a abrir la puerta, te voy a extirpar de mi alma, te voy a matar, voy a arrancarte de mi corazón, le grita. Ella cae y queda tendida en el piso gimiendo de amor. No amor, no rehúyas el sacrificio, ámame, muere por mí, muere por mí, le grita Juan, muere por mí que yo muero por ti, le grita Juan mientras se aleja corriendo con el trofeo de su corazón ensangrentado apretado entre sus manos y mientras resuena en su oído:
"El camino de los demás
tiene lugares de descanso
al sol,
donde se reúnen.
Pero éste es mi camino
y es ahora,
ahora cuando no tienes derecho de desfallecer" 4
Pero cuando sale de la casa de ella, de la casa de su amor, de la bella, Juan está desfalleciente. Y tiene hambre y no sabe lo que quiere, y está muriendo de inanición. Quiere amor y no lo encuentra, no lo encuentra todo el tiempo y en todas partes como él lo quiere, y comienza a correr otra vez buscando la rueda perfecta, pero es una mitad, sólo una mitad… Corre, corre, Juan corre por la ciudad desesperado pues ella no lo ama lo suficiente para morir de amor por él. Juan corre por las calles atestadas y llega a un prado a orillas del río y se tiende agotado a meditar sobre su vida, sobre su azarosa media vida, y se larga a llover y tendido en el pasto Juan se empapa y tiene frío y tiene hambre y tiembla. Se levanta y se acerca al río y sube hasta arriba del puente que lo atraviesa y ve correr las aguas y las siente menos espesas que las aguas de su vida que fluyen como un aluvión de barro, y llueve, y se siente solo y está mojado y el barro arrastra las piedras de su vida y mira el cielo gris y se apoya sobre la baranda y piensa que no es tan fácil saltar, pero que si toma impulso con decisión lo puede hacer.
El corazón de su amada flota en el río como un globo rojo que se hace cada vez más grande.
"Llora
si puedes,
llora,
pero no te lamentes.
El camino te ha elegido,
Sé agradecido" 5
Y no hace falta darse impulso y saltar a rescatar el globo rojo que flota, pues en ese instante Dios se compadece de él, de su dolor que es espejo de la limitación divina, y Juan se desmaya y cae muerto de hambre y de frío sobre la calle del puente. Ella, la bella, su amor de siempre, por siempre y para siempre, también está desmayada y tendida en el piso del umbral de su casa, muerta de amor añorando el globo rojo que flota en el río.
Un ángel rojo los lleva tras la lluvia y tras los truenos que rugen, y juntos son un rayo y otro rayo que se fecundan mutuamente, y forman la rueda poderosa que gira con cuatro piernas y cuatro brazos, y sus miembros dan vueltas como látigos, y sus dos rostros en una cabeza miran el levante y el poniente y bailan en el salón del cenit y despiertan en la noche con el sol brillante de un único globo rojo en el corazón y tienen una sacudida luminosa de amor.
Quien viera tras el umbral los rostros del amado y la amante insaciables, vería que la vida se apiadó de ellos en el momento preciso, en el instante, en el fulgor, en el destello eterno del presente que no cesa y quien pudiera oír interiormente lo que resonaba en sus almas oiría sus voces entremezcladas en la música de las esferas cantando y dirigiéndose al ángel de la muerte repitiendo sin cesar una letanía a dos voces "Ayúdame a soportar la eternidad", "Ayúdame a soportar la eternidad".
Que en paz descansen Juan y su bella amada que viven en el interior del globo rojo que flota en la corriente del río.

* Mónica Oliva, Arquitecta. MA en Ciencias Políticas. Historiadora, filósofa, teóloga, economista, escritora, etc. Da clases y conferencias. Confía en el intelecto como puente hacia el espíritu.
1 Dag Hammarsköld – Marcas en el camino – Mínima Trotta
2 Ibíd.
3 Ibíd.
4 Ibíd.
5 Ibíd.


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