miércoles, 14 de septiembre de 2011

Estudios: ¿vocación, obligación o una apuesta para ganar dinero?

Búsquedas en conciencia

G a b r i e l a   C o r r a l *


El tema de la educación en nuestro país hoy se encuentra en el llamado "ojo del huracán". Movilizaciones, marchas, paros, tomas, manifestaciones artísticas y actos colmados de creatividad reflejan que los ideales de la juventud no están muertos como creemos desde hace tiempo, debido al bajo porcentaje de inscripciones en los registros electorales. Claramente tienen mucho que decir y muchísimo más por hacer.
No obstante, como docente y enamorada de lo que enseño, hay algo que me llama la atención y me preocupa profundamente. Creo que la realidad que me ha tocado ver en televisión o en las calles del centro de Santiago se contradice con la que vivo todos los días con los estudiantes o que tiene otras aristas que no se ven a simple vista. Las generalizaciones siempre me parecen precarias, incompletas e injustas, por eso dejo en claro que hablo de lo que veo y he visto en la vida real, MI vida real, sin pretender que mi experiencia sea la de todos o la de una mayoría, pero teniendo la certeza de que son muchos los/las colegas que tienen el mismo pensamiento y sentir.
Que los jóvenes reclamen, pidan, exijan una mejor calidad de la educación es, sin duda, algo absolutamente plausible, un hecho que nos debe enorgullecer como sociedad, como chilenos, como adultos incluso. Pero… ¿qué pasa cuando algunos jóvenes que salen a marchar o que están en muchas de nuestras universidades creando conciencia y estimulando la reflexión entre sus compañeros no entran a clases, sacan muy bajas calificaciones, no demuestran interés alguno por sus estudios? ¿No pierde acaso cierto grado de credibilidad aquello por lo cual se lucha?
No quiero en ningún caso desvirtuar el precioso y potente movimiento estudiantil que hemos presenciado este año 2011 y que florece con fuerza cada cierto tiempo. Pero no puedo dejar de cuestionar ese estado de casi permanente abulia y desidia, que es una expresión silenciosa y a escondidas, que tal vez solo se ve en las salas de clases, en los patios de universidades o en las mismas calles. Muchos de los jóvenes están dejando ver un descontento enorme en varios sentidos: familiar, religioso, ambiental, social, político, etc. Se vislumbra una desmotivación que en ocasiones adopta formas creativas y productivas, como ha ocurrido en estas manifestaciones en pro de una educación de calidad, libre e igualitaria, así como también se hace visible en forma de arte, ya sea teatro, danza, poesía, o cualquier otra.
Sin embargo, repito, no es tan difícil darse cuenta de ese estado de apatía del cual hablo. Los/as jóvenes muchas veces estudian presionados por sus familias, su entorno o la misma sociedad competitiva en la que estamos insertos. Estudian una carrera impuesta porque sus opciones verdaderas no son comprendidas ni aceptadas, otras veces estudian solo por hacer algo, para no estar en la casa, para no repetir la historia familiar, porque se espera tener más oportunidades en un futuro que les parece tan lejano y que está a la vuelta de la esquina de la vida, o bien estudian tal o cual cosa en cualquier parte solo porque ahí quedaron y es mejor no atrasarse o no perder más dinero intentándolo de nuevo.
Cada vez son más quienes quieren tener estudios universitarios pero casi como un rebaño que debe cumplir su camino. Es evidente que la educación en nuestro país es un lujo al que muchos no pueden acceder, pero también es evidente que existe una especie de conciencia colectiva de ver la universidad como la única opción para encontrar una fuente laboral o, por lo menos, una bien remunerada. Junto a esto, aparecen cada vez más universidades privadas que ofrecen múltiples carreras, cuántas de ellas creando falsas expectativas.
El punto -más allá de estas falencias y estas problemáticas sociales y/o políticas- es que estudian sin amar lo que hacen, sin sentir verdadera pasión o vocación, sin pensar tal vez que eso es lo que deberán desarrollar de una u otra manera por muchísimo tiempo en sus vidas. Me preocupa y me apena esta falta de amor de los universitarios hacia sus carreras, falta de amor por sus materias, sus lecturas, sus referentes, pero por sobre todo, por el aprendizaje. Algo que finalmente nos transforma en seres pensantes, reflexivos, racionales, con cultura, una cultura que se construye humanamente.
Que la educación necesita un cambio urgente e importante es indiscutible, y debe ser desde los primeros años. Tengo la certeza de esto. Certeza que se comprueba cada vez que uno se da cuenta del bajísimo nivel que presentan los estudiantes, la poca base escolar que tienen, lo que se evidencia, sobre todo, en el primer año de universidad. No es posible negar esto cuando uno es testigo y, por qué no decirlo, a veces cómplice, de que no leen ni les interesa, de que escriben mui, aver, la sopa está echa con agua, la puerta está hay.
Definitivamente, tenemos una educación que deja mucho, demasiado, que desear. Pero también una sociedad que no fomenta que sus niños y jóvenes se expresen, se descubran, sueñen y vivan su aprendizaje con el entusiasmo que deberían, no como un calvario sino inculcando el amor por el conocimiento, motor fundamental para surgir en la vida. Esto es algo que ya han explorado algunos y que la educación "tradicional" se ha empeñado en ignorar o desprestigiar.
Estamos inmersos en esta inercia como en un carrusel que da vueltas rápidamente y del que no podemos bajar sin caernos o, por lo menos, tambalear. Me parece un asunto no menor, como sociedad, crear conciencia de que en la vida no solo nos movemos por intereses económicos sino también por el amor y las ganas que uno deposita en cada cosa que realiza. Esa sí es una verdadera fuente creadora de éxito y bienestar.

* Gabriela Corral es Licenciada en Lengua y Literatura Hispánica, PUC, y Magíster en Literatura Hispanoamericana, Universidad de Chile. Docente y poeta.

1 comentario:

  1. Complicado. Es un juego, diría yo. La vocación (lo cual es, digamos, lo más importante)está sumamente expuesta al resto de los factores. Yendo por lo hondo, se podría decir que incluso la vocación, la que creemos inquebrantable en su forma pura, está siendo constantemente bombardeada por el cliché mercantil y el sinsentido: las formas cómodas de inmovilidad social.

    Es por eso que hoy cuesta sostener la convicción vocacional, el bichito ese, el "romanticismo" aquel. Aparte de que puede contaminarse por lo económico, es el presente lleno de incertidumbre, en su forma de falso bienestar, el que intenta dinamitar las posibilidades de dar el paso seguro hacia el futuro por parte de los jóvenes, de amar y trabajar sin condiciones por lo que se cree justo para el mundo que les rodea. Es como si algo nos diera la idea de que ya no existe nada por lo que trabajar, pues todo estaría hecho y completo, sin necesidad de cambio o renovación. Por consiguiente, muchas veces estudiar no es más que eso: estudiar por estudiar, lo que sea, como si con ello nos sacudiéramos de una simple exigencia social.

    Harto pesimismo hay en todo eso. Pero por suerte nos quedan profesores verdaderamente "progres", que están siempre dispuestos a espabilarnos y a construir un mundo "más mejor", como diría alguien por ahí...


    Saludos Maestra

    Estupenda revista.

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