lunes, 14 de noviembre de 2011

La Gran Obra para nuestros tiempos

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T h o m a s   B e r r y *


 

La historia ha sido gobernada por esos movimientos primordiales que dan forma y significado a la vida, relacionando la aventura humana a destinos mayores del universo. La creación de tal movimiento se podría llamar La Gran Obra de un pueblo. Ha habido Grandes Obras en el pasado: La Gran Obra del mundo clásico griego con su comprensión sobre la mente humana y la creación de la tradición humanista de occidente; La Gran Obra de Israel en la articulación de una nueva experiencia en lo divino de los asuntos humanos; La Gran Obra de Roma en la unión de los pueblos del mundo mediterráneo y los de Europa occidental, en una mutua relación. En la época medieval también hubo la tarea de darle una primera forma al mundo occidental dentro de la forma cristiana. Los símbolos de esta Gran Obra eran las catedrales medievales que se elevaban con elegancia al cielo desde la región del antiguo imperio franco, ahí, los humano y lo divino se hacían presente de una manera fabulosa.
En India, La Gran Obra era guiar el pensamiento humano hacia experiencias espirituales del tiempo y la eternidad y su presencia mutua con una delicadeza única de expresión. China creó una de las civilizaciones más elegante y humana que hayamos conocido como su Gran Obra. En América, La Gran Obra de los pueblos indígenas era ocupar el continente y establecer una relación de buena comunicación, intima, con los poderes que hicieron que este continente existiera en todo su esplendor. Y lo hicieron a través de sus ceremonias como; el ritual de Gran Día de Gracias de los Iroquois, las logias y la búsqueda de visión de los indios de las llanuras por medio de cantos de los Navaho, y los rituales Katsina de los Hopi. Con esos rituales y otros muchos aspectos de las culturas indígenas de este continente, se establecieron ciertos modelos de cómo los seres humanos se incorporan al gran contexto de nuestra existencia en el planeta Tierra.
Mientras que todos estos esfuerzos de cumplir con La Gran Obra, han sido aportes significativos para la aventura humana, todos fueron limitados en su cumplimiento y llevan las marcas más profundas de las imperfecciones y fallas humanas. Aquí en Norte América es con un sentimiento doloroso y premonitorio que involucra el futuro que recién nos damos cuenta de la ocupación europea de este continente, sin embargo, a pesar de sus admirables intensiones, ha fracasado desde el comienzo, cuando asaltaron a los pueblos indígenas y saquearon sus tierras. Sus logros más impresionantes fueron establecer a los conquistadores un sentido de derechos personales, participación en el gobierno, y libertad religiosa.
Si hubo también avances en el aspecto científico y en habilidades tecnológicas para aliviar un poco las enfermedades y la pobreza de los pueblos europeos, estos avances venían acompañados con una devastación del continente en su esplendor natural, por la supresión de la forma de vida de los pueblos indígenas y transmitiéndoles muchas enfermedades desconocidas para ellos como la viruela, tuberculosis, difteria y sarampión. Si bien los pueblos de Europa habían desarrollado una cierta inmunidad a estas enfermedades, para los indios eran fatales ya que nunca habían enfrentado tales enfermedades, por lo que jamás desarrollaron ninguna inmunidad para combatirlas.
Mientras tanto, los europeos que llegaban a América, comenzaron a desarrollar la nueva era industrial que estaba empezando a dominar la conciencia humana. Los nuevos logros en la ciencia, tecnología, industrias, comercio y finanzas sin duda alguna, han llevado a la comunidad humana a una nueva era, pero aquellos que han traído este nuevo proceso histórico, sólo han visto el lado positivo de estos avances. No comprendieron bien cuanta devastación estaban causando en este continente, y a todo el planeta, una devastación que finalmente nos llevó hasta un punto muerto en nuestra relación con el mundo natural. Nuestra obsesión industrial han perturbado los biosistemas de este continente a una profundidad que jamás se había visto previamente durante el curso histórico de la humanidad.
La Gran Obra ahora, mientras cumplimos un nuevo milenio, es de llevar a cabo la transición desde un periodo de devastación humana de la tierra, a un periodo en el cual los humanos estén presentes en el planeta de una manera beneficiosa para el planeta y para ellos. Este cambio histórico es algo más que una transición desde el periodo clásico de Roma al periodo medieval, o desde el periodo medieval a la edad moderna; esta transición no tiene paralelo histórico desde que la transición geológica hace 67 millones de años cuando la época de los dinosaurios terminó y dio paso a una nueva era geológica. Asi, ahora despertamos en una nueva época de confusión en la estructura biológica y el funcionamiento del planeta.
Desde que comenzamos a vivir en villas establecidas, con agricultura y domesticamos a animales hace unos 10 mil años, los humanos han maltratado los ecosistemas del planeta. Estos maltratos eran manejables hasta cierto debido a la magnanimidad de la naturaleza, el número limitado de humanos y su limitada habilidad para deteriorar los sistemas naturales. En los últimos siglos, bajo la influencia del mundo occidental, ha iniciado una civilización industrial, principalmente con los recursos, la energía síquica y el ingenio de los pueblos norteamericanos, y vino con el poder de saquear la Tierra desde sus cimientos más profundos con un increíble impacto en su estructura geológica, su constitución química y sus seres vivientes que se extienden desde las vastas tierras hasta las esquinas mas remotas del mar.
Actualmente se pierden unos 25 mil millones de toneladas de la litosfera cada año, con consecuencias inimaginables para el abastecimiento de comida para las futuras generaciones. Algunas de las especies marinas más abundantes se han vuelto comercialmente extintas por los barcos pesqueros y el uso de redes de pescar de 40 o 50 kilómetros de longitud y más de 6 metros de profundidad. Si consideramos que las extinciones ocurren en los bosques tropicales de las regiones más al sur del planeta, con otras extinciones, descubriremos que estamos perdiendo un gran número de especies cada año. Se podría decir mucho más en lo que respecta el impacto de los humanos en el planeta; la alteración que es provocada por el uso de ríos como lugar para botar desperdicios, la contaminación de la atmósfera por la quema de combustibles fósiles y los desperdicios radioactivos que son consecuencia de nuestro uso de la energía nuclear. Todas estas alteraciones en el planeta harán llegar a la fase Terminal de la Era Cenozoica. La selección natural no funciona como funcionaba antes, ahora la selección cultural es la que predomina en la determinación del futuro de los ecosistemas de la Tierra.
La mayor causa de la devastación actual se puede encontrar en un modo de conciencia que ha establecido una discontinuidad entre el ser humano y otros modos de existencia, y la concesión de todos los derechos sobre los seres humanos. Los seres vivos, que no son humanos, no tienen ningún derecho. Tienen una realidad y un valor sólo por el uso que le dan los humanos, y en este contexto, los no-humanos están completamente expuestos a la explotación por los seres humanos, una actitud que es compartida por los cuatro establecimientos fundamentales que controlan el reino humano; los gobiernos, las corporaciones, las universidades y las religiones; los establecimientos religiosos, intelectuales, económicos y políticos. Y estos cuatro establecimientos están dedicados conciente o inconcientemente a una discontinuidad radical entre los seres humanos y los no-humanos.
En la realidad existe una sola comunidad integral en la Tierra, que incluye todos estos miembros integrantes, sean humanos o no-humanos. En esta comunidad, cada ser tiene su propio papel que cumplir, su propia dignidad, su propia espontaneidad interna. Cada ser tiene su propia voz, cada ser se declara a sí mismo a todo el universo, cada ser hace comunión con otros seres. Esta capacidad de dependencia, de la presencia de otros seres vivos, de la espontaneidad en acción, es una capacidad que cada ser vivo de cualquier parte del universo posee. Y así, cada ser tiene derechos que deben ser reconocidos y venerados. Los árboles tiene derechos, los insectos tienen derechos, los ríos tienen derechos, las montañas tienen derechos, y así es con todos las gamas de seres que existen en el universo. Todos los derechos son limitados y relativos, y lo mismo es para los humanos. Tenemos derechos humanos, derecho a un refugio y alimentación, derecho a un hábitat. Pero no tenemos derecho a quitarles a otras especies sus propios hábitats, no tenemos derecho a estorbar con sus rutas migratorias. No tenemos derecho a perturbar el funcionamiento básico de los ecosistemas del planeta. No podemos apropiarnos de la Tierra o alguna parte de ella, en ninguna manera. Somos dueños de propiedades de acuerdo al bienestar de la misma y tanto para el beneficio de la comunidad como para el beneficio propio.
Durante todos los siglos pasados se ha estado desarrollando un sentido de que el continente existe para nuestro uso; continuamos con nuestra destrucción de los bosques, hasta la última parte del siglo veinte, cuando descubrimos que hemos cortado más de un 95% de los bosques importantes de este continente. Con las nuevas tecnologías que surgieron en la última mitad del siglo XIX, y la industria automotriz que se desarrolló a comienzos del siglo XX, la industrialización creó una nueva enfermedad. Autopistas, grandes carreteras, estacionamientos, centros comerciales, tiendas y urbanización se tomaron espacios. La vida suburbana se volvió regla para tener una buena vida. Durante ese tiempo, también fue cuando el número de ríos que corren libres, comenzó a disminuir; se construyeron grandes represas en el Colorado, el Snake y especialmente en los ríos de Colombia.
Sin embargo, ese también fue el tiempo cuando comenzó la resistencia; la creciente amenaza a los ecosistemas naturales del continente, despertaron un sentido de necesidad de esplendor en el mundo natural si iban a continuar los verdaderos desarrollos humanos en nuestras tradiciones culturales. Esta nueva conciencia comenzó en el siglo XIX, con los nombres de; Henry David Thoreau, John Muir, John Burroughs y George Perkin Marsh; con John Wesley Powell y Frederick Law Olmstead; y también con artistas, en especial Thomas Cole, Frederick Edwin Church, y Albert Bierstadt del Hudson River School.
Al trabajo de los naturalistas y artistas se les sumó el trabajo de los conservacionistas en la esfera política. Estos líderes crearon la conservación del Parque Nacional Yellowstone en 1872, el primer parque natural en todo el mundo en ser oficialmente reservado para conservarlo a perpetuidad. Después, en 1885, el estado de Nueva York estableció la Conservación del Bosque Adirondack, una región que se protegió para mantenerlo como parque natural. En 1890, El Parque Nacional Yosemite fue establecido en California. Durante ese periodo, se formaron las primeras asociaciones voluntarias para promover una profunda apreciación del mundo natural. La Sociedad Audubon, fundada en 1886, que principalmente se encargaba de la protección de varias especies de aves. El Sierra Club se fundó en 1892 y la Sociedad Wilderness en 1924; ambos buscaron crear una relación más intima entre los seres humanos y el mundo salvaje que nos rodea.
Estos grupos fueron el inicio; las dimensiones más grandes de qué era lo que estaba ocurriendo en el siglo XIX, no pudo ser reconocido por las personas que vivieron en esa época. No pudieron pronosticar la industria del petróleo, la era del automóvil, las represas en los ríos, la aniquilación de la vida marina en los océanos, los desperdicios radioactivos. Aun así, comprendieron que había algo mal en un nivel más profundo. Algunos, como John Muir, se sintieron profundamente trastornados, es más, cuando se dijo que se construiría una represa para cerrar el Valle Hetch-Hetchy como un embalse para la ciudad de San Francisco, él considero innecesaria la destrucción de uno de los santuarios más sagrados en el mundo natural, un santuario que satisfacía alguna de las necesidades emocionales, imaginativas e intelectuales más profundas del alma humana; "hacer una represa en el Valle Hetch-Hetchy! También construyan una represa en los depósitos de agua de las iglesias y catedrales, porque jamás un templo más sagrado ha sido consagrado por el corazón del hombre" (Teale, p. 320).
Durante todo el siglo XX, la situación ha empeorado década tras década, con el compromiso incesante de sacar ganancias a costa de la destrucción del planeta para un beneficio incierto del ser humano. Actualmente las grandes corporaciones se han unido para que sólo unos pocos establecimientos controlen vastos territorios de la Tierra. Los activos de unas cuantas corporaciones transnacionales, empezaron a aumentar hasta llegar a un billón. Ahora, en los últimos años del siglo XX, nos encontramos con una creciente preocupación por nuestra responsabilidad con las generaciones que vivirán en el siglo XXI.
Quizás, la herencia más valiosa que podemos proveerle a las futuras generaciones, es algún sentido de La Gran Obra que está ante ellos, de cambiar a un proyecto humano de su devastadora explotación a ser una presencia más benévola. Necesitamos entregarles indicaciones de cómo la generación siguiente puede cumplir con esa tarea de manera más eficaz. Y el éxito o fracaso de cualquier edad histórica es, para los que viven en ese periodo, hasta que punto han cumplido con el rol que la historia les ha impuesto. Ninguna edad vive por sí misma; cada edad solo tiene lo que recibe de la generación anterior. Solo hoy tenemos abundante evidencia de que hay varias especies vivientes, montañas y ríos, e incluso el mismo vasto océano, el cual pensábamos que no iba a ser mayormente afectado por el ser humano, únicamente sobrevivirá en su integridad dañada.
La Gran Obra que tenemos, la tarea de trasladar la civilización moderna industrial, de su devastadora influencia en la Tierra, hacia una presencia más benévola, no es un rol que hemos tenido que elegir. Es un papel que se nos asignó, sin consultarnos nada, no lo elegimos, sino que fuimos elegidos por un algún poder superior, para llevar a cabo esta tarea histórica. No elegimos el momento para nacer, ni quienes serían nuestros padres, ni nuestra cultura, ni el momento histórico en el cual nacimos. No elegimos el estatus de un contexto espiritual, político, ni una condición económica que serían nuestra realidad. Y así como ha sido siempre, somos arrojados a esta existencia con un desafío y un papel que está más allá de nuestra elección. La nobleza de nuestras vidas, sin embargo, depende de la manera en la cual entendamos y cumplamos ese rol asignado.
Aun así, debemos creer que esos poderes que nos otorgaron ese papel, también nos han entregado la habilidad de poder desempeñar este rol. Debemos creer que estos mismos poderes nos cuidan y nos guían en este proceso.
Nuestro especial papel propio, el cual transmitiremos a nuestros hijos, es conseguir la ardua tarea de transición desde la etapa Terminal de la era Cenozoica a la emergente era Eozoica, el periodo en la que los humanos vivirán en el planeta como miembros participantes de una comunidad integral de la Tierra. Esta es nuestra Gran Obra y el trabajo de nuestros hijos, tal y como, en el siglo XII y XIII se les otorgó a los europeos la tarea de traer una nueva era cultural fuera de las dificultades y conflictos que han reinado los siglos VI hasta el VII. En este periodo, la grandiosidad del periodo clásico se ha disuelto, las ciudades de Europa cayeron en decadencia, y la vida en sus aspectos físicos y culturales era vivida en los grandes castillos y monasterios para constituir lo que ahora se conoce como el periodo señorial en la historia europea.
En los siglos IX y X, los Normandos estaban invadiendo la incipiente cultura de Europa del norte, los Magyar se estaban trasladando desde el este, y los musulmanes estaban avanzando en España. La civilización occidental estaba situada en una región muy limitada y bajo estado de sitio. Como respuesta a esta amenaza, en Europa medieval a finales del siglo XI comenzaron las cruzadas que unieron naciones europeas, y durante dos siglos se entablaron en una ambiciosa búsqueda hacia Jerusalén y la conquista de la Tierra Santa.
Este periodo podría considerarse como el principio del impulso histórico que ha guiado a los pueblos europeos en su búsqueda por la conquista religiosa, cultural, política y económica. Este movimiento continuó hasta el período de descubrimiento y el control sobre el planeta dentro de nuestro propio tiempo, cuando la presencia occidental culminó políticamente en las Naciones Unidas, y económicamente en establecimientos como: el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial de Comercio y el Consejo Empresarial para el Desarrollo Sostenible. Incluso podríamos interpretar esta iniciativa occidental como un dominio ilimitado de todas sus formas, como una eventual iniciativa del ser humano por el dominio sobre el mundo natural.
No obstante, el logro inmediato en el siglo XIII, fue la creación de la primera integración de lo que la civilización occidental se convirtió. En este nuevo siglo, ocurrieron muchos logros en las artes, arquitectura, pensamiento especulativo y en la literatura. Se inventó una nueva arquitectura al elevar las catedrales medievales; estas inmensas y portentosas estructuras, se manifestaron una osadía artística y de refinamiento que había sido igualado solo por unos raros momentos en la historia de las civilizaciones. Este también fue la época de Francis, el hombre pobre de Asís que estableció en la civilización occidental, el ideal espiritual del desprendimiento de las posesiones mundanas y una intimidad con el mundo natural. También fue la época de Tomás Aquino, que dio origen a los estudios aristotélicos, en especial en el campo de la cosmología, en la civilización medieval cristiana. En este contexto, Tomás reinterpretó toda la variedad de pensamientos occidentales teológicos. Como el filósofo Alfred North Whitehead había notado, este era el momento en que el pensamiento occidental asumió el entusiasmo crítico y procesos de razonamiento, que hicieron posible nuestro pensamiento científico moderno. En la literatura, el inigualable Dante Alighieri produjo su Comedia a comienzos del siglo XIV, un periodo cuando Giotto estaba iniciando, con Cimabue, el gran periodo de la pintura italiana.
La importancia que tiene el recordar estas fuerzas moldeadoras de la civilización occidental, es que estas provocaron una respuesta a la Época de Oscuridad desde el siglo VI hasta el XI en Europa. Necesitamos recordar que en estas circunstancias (y otras más), los periodos oscuros de la historia, son los periodos de creatividad; pues estos son las épocas en que surgen las nuevas ideas, artes, e instituciones, a un nivel básico. Tal y como ocurrió en el brillante periodo en la civilización medieval salió como resultado de condiciones anteriores, también podemos recordar el periodo en China, cuando en el siglo III, las invasiones de las tribus que venían del norte, habían violado la norma de la dinastía Han, y durante varios siglos causaron rupturas dentro del imperio. Pero aun así, este periodo de disolución, también fue el de los monjes budistas y eruditos de Confucio, y artistas que dieron expresión a nuevas visiones y nuevos pensamientos en los niveles más profundos de la conciencia humana. Los estudiosos fomentaban la tradición taoísta y confuciano, las que más tarde inspirarían figuras literarias como; Li Po, Tu Fu y Po Chu-i en el periodo de T’ang, en el siglo VIII. El periodo siguiente al de T’ang, el periodo de Sung durante los siglos X y XIV, traería avances de tan maestrales interpretaciones del pensamiento tradicional chino, como los presentados por Chou Tun-i y Chu Hsi. Artistas como Ma Yuan y Hsia Kuei, del siglo XII, y poetas como Su Tung-p’o, completarían este periodo creativo en la historia cultural de China. Estas son algunas de las personas que permitieron que los chinos sobrevivieran como un pueblo y como una cultura, y descubrir nuevas expresiones de ellos mismos, después de estos largos periodos viviendo bajo amenazas.
Debemos considerarnos a nosotros en estos últimos años del siglo XXI, como experimentar una situación histórica amenazante, aunque nuestra situación, últimamente esta fuera de comparación con cualquier otro periodo antiguo en Europa o Asia. Porque aquellos pueblos tuvieron que lidiar con los ajustes humanos y disturbios de los patrones en la vida humana. No trataron con el trastorno, e incluso la eliminación de periodos geobiológicos que gobernaron el funcionamiento del planeta durante unos 67 millones de años. No trataron con nada que se pudiera comparar a los agentes tóxicos en el aire, el agua, el suelo, o el gigantesco volumen de químicos que están dispersados por el planeta. Tampoco enfrentaron la extinción de las especies o la alteración del clima en la escala de nuestra preocupación actual.
Pero, podemos dejarnos inspirar por su ejemplo, su coraje, e incluso por sus enseñanzas. Por que somos herederos de una inmensa herencia intelectual, de tradiciones sabias, que ayudó a satisfacer y cumplir La Gran Obra de su época. Estas tradiciones no son pensamientos pasajeros o comprensiones inmediatas de los periodistas que se relacionan con el transcurso cotidiano de los asuntos humanos; estas son expresiones en la forma humana de los principios que guían la vida humana dentro de la estructura misma y funcionamiento del universo.
Podemos observar que La Gran Obra de un pueblo, es el trabajo de todos los pueblos, nadie está fuera, cada uno de nosotros tiene patrones individuales de vida y responsabilidades. Aun así, más allá de estos temas, cada persona en y a través de su vida personal, asiste en La Gran Obra. Esto se puede apreciar en el periodo medieval como los patrones básicos de la vida personal y las habilidades de oficio, están alineados dentro del trabajo más grande del esfuerzo civil. Si bien esta alineación es más difícil en estos tiempos, debe permanecer como un ideal que debemos buscar.
No podemos dudar que se nos ha regalado la visión intelectual, la comprensión espiritual, e incluso los recursos físicos que necesitamos para realizar la transición que es urgente en estos tiempos, una transición de un periodo en que los humanos son una fuerza destructora, a un periodo en que los humanos estén presentes en el planeta de una manera que sea beneficioso para los humanos y para la tierra también.


Fuente: Thomas Berry, The Great Work. New York: Bell Tower, 1999, pp. 1-11.
Traducción: Claudia Salinas
* Thomas Berry, teólogo e historiador, profesor de la Universidad Católica de los Estados Unidos.


 

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