miércoles, 14 de marzo de 2012

La brecha que salva


Búsquedas en conciencia
P a m e l a   T o r r e s   C h o m ó n *

Cuando estoy conmigo misma no estoy sola, claro. Atestigua invisible, misteriosa, otra presencia que ignoro si me pertenece en su totalidad…. Dialoga escueta o discursea, sirviéndose de mi mente pero no es mi mente. Es claro que no aloja sólo en mi cabeza. Difuso me resulta percibir si esta habla surge desde dentro o desde fuera de mí… En verdad, hay ratos que la demarcación piel adentro y piel afuera se funde en un continuo en lo cotidiano. ¿Cómo saber cuándo comienza el árbol y termino yo al ser mecida por el viento arriba de la fronda del damasco, el cerezo o el nogal…? O cuando resueno con alguien y soy otro yo, tú, él, ella… O cuando cierro los ojos y viajo de la vigilia al sueño… O cuando nado ¿cómo decirle al agua “oye tú no eres yo” si en verdad somos sólo un gran impulso de seda mojada?
Esa polifonía entrama balbuceos, inspiraciones, quejas, mandatos, pendientes. Se trata de una presencia que me ama profundo en lo profundo, pero a ratos me aborrece, me recrimina, me exige… Es ahí cuando me pierdo y entiendo que ya no dialogo con mi ser profundo, con ese Pepe Grillo, sino con otras voces, entrañables pero ajenas a esa voz prístina y certera, acallada con espantos y distraída con candilejas.
Este es un espacio complejo de describir aunque muy simple, en verdad. Todo radica en distinguir la Voz y sus armónicos de las vocecillas y sus ruidos. Tengo que estar atenta a quien dejo que me acompañe. A veces me acompaña una mariposa complaciente. Otras, una bruja que se burla y me avergüenza. También me acompaña una Pincoya fértil de pleniluna. A ratos una figura masculina sin rostro, incondicional y de pocas palabras. También pueden ser señales en el camino las que puedo significar como "mensajes del entorno" por llamarlo de alguna manera. Irme por aquí en vez de por allá dadas las condiciones, en fin...
Es más común sentir las vocecillas que la potente y benéfica compañía del silencio y del espacio donde los contenidos de conciencia flotan en un océano sereno. Cuando adviene ese silencio es cuando me siento bien conmigo misma, entramada con el entorno, participante y perteneciente, dueña de una gran y única certeza: todo está bien. Es más fácil que ocurra esto en un entorno de amorosidad o naturaleza… aunque también me ha ocurrido que, en medio de la vorágine de un tumulto de tonteras, gentío o ruido, he soltado, y la alegría y la liviandad le ha ganado al malestar.
Cuando ando livianita y flexible ¡qué decir! todo es más amable: la Voz aparece y las vocecillas que me dicen ¡¡asústate!! de mil maneras y palabras, resultan sólo un zumbido de calle.
En verano me acompaña más alegría que en invierno; esa alegría porque sí no más (no es un evento ni una situación) es alegría de vivir. Claro que en otoños e inviernos he sentido bastante aspereza, dureza y sequedad. Me acompaño de arideces dolorosas y pesadas. Es como si el frío gris y nublado quitara todas las cobijas. Se vuelve inhóspito habitarme.
Todo se emulsiona con el sol, con la sonrisa, con el compartir con otra alma y su caricia. Cuando no está gran parte de eso, es como que se secara la existencia y no queda más que ir de frente aceptante porque aún queda mundo. En general, no peco de desagradecida, pero tanto como me encuentro me desilusiono o me caigo. O también puede aparecer una veta inesperada.
Frente a las caídas y desilusiones y mi sempiterna melancolía, el hilito que me sostiene es justamente el espacio o la “conciencia” que -disociada de mi mente resentida- puede mirar. Entonces me veo y veo mi "víctima" –por ejemplo– y entiendo que soy más que eso, mucho-mucho más que eso. Registro, contextualizo. En el mejor de los casos puedo elegir con qué me identifico. Y si no es así, qué se le va hacerle. Es la palabra pero sobretodo la brecha la que me salva y sostiene. Ese espacio o distancia que se genera al poder percatarme, percibir, sentir y dialogarme ese sentir -aunque sea egodistónico, jodido, pesado- para soltarlo y no tomarlo tan en serio o sólo un poco en serio...
La compañía de mi misma implica siempre una decisión –conciente, semi o totalmente inconciente–  pero una decisión al fin y al cabo... Y me doy cuenta que a ratos me abandono y dejo que me acompañen afectos tóxicos y una mala compañía. Decido abandonarme, dejarme huérfana de mi misma. Entonces me acompaño de la triste princesa encerrada en el castillo que prefiere el cautiverio de la torre a lanzar las trenzas tierra abajo.
Gracias a la vida tengo el auxilio de otros yoes que me recuerdan (con empujes o resistencias) si voy por buen o mal camino.
Cuando estás contigo mism@ ¿a quién eliges?


Pamela Torres Chomón, psicóloga y terapeuta floral.

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