El laberinto de las mujeres
Búsquedas en conciencia
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C a r m e n L u c y O b r e q u e M o r a l e s *
Me ubico en la soledad de un desierto, de un Borges ciego y viejo. En el laberinto de la desolación. Doy vueltas y la nada se manifiesta en arena y cielo, los vericuetos de lo no asido. Me creo parte del todo pero el desierto me escupe. No hay soledad más sola que la destreza a que me obliga esta tristeza de sed y hambruna, esta hambre de pura pena, del llanto húmedo del desierto de mi ojo, sin pestañas y sin ojo.
Una niña se aparece. Me habla, me toma de la mano una y otra vez. Yo, borracha, la empujo, la evado, me río de su ternura. La niña molesta construye palacios de arena y me cuenta una historia de otras niñas que reían en otros desiertos. Me dice que es un problema de ausencia. Las mujeres no deben estar solas, nacieron para parir, para llenarse de hijos. Le grito desde mi entraña seca, que él ha muerto. Me grita de su alma blanda que la espera pierde, que sólo confíe, que la cosas pasan, que no hay que andar llorando.
Mastico enfurruñada palabras y bichos. La miro de reojo. Es un punto de niña, pequeña y delgada. Me pregunto ¿Qué estoy haciendo?
Me siento a pierna abierta, sola con la niña. No peleo más.
Tomo a mi niña y camino al oasis certero de mi fe más ciega. En la entrada un letrero gigante dice: “Pare de Sufrir”.
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