miércoles, 26 de octubre de 2011

La estructuración ternaria de la sociedad y sus ideales

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M ó n i c a   O l i v a *

 
Giorgio de Chirico: “Piazza d’Italia”.

La actividad humana está constituida por tres sectores: político, económico y cultural; o en otros términos, estado, mercado y sociedad civil. Las finanzas no pertenecen a la economía, son una degradación en el manejo del dinero, a causa de que éste ha perdido relación con los valores reales.  
Cualquier actividad humana se encuadra en uno de estos tres sectores, y cada uno tiene características e ideales específicos. Éstos fueron planteados durante la Revolución Francesa, pues libertad, igualdad  y fraternidad son los ideales de la cultura, la vida política y la economía respectivamente. En 1789 aparecieron con vehemencia prematura en el primer despertar de la burguesía y la democracia, y no se pudo avanzar más que en su enunciación. En la Francia posterior a la Revolución el sistema social recién nacido se corrompió. Los ideales no fueron adjudicados a los tres sectores sociales diferenciados. Para Rudolf Steiner (1861-1925) la independencia de los tres sectores es fundamental para la creación de un nuevo orden social.
La triestructuración de la sociedad se vincula con la relación que establece el hombre con tres aspectos de la vida. Cuando en la búsqueda del sentido de la vida se relaciona consigo mismo, adquiere sus propias convicciones en el plano de la vida cultural (religión, arte y ciencia). Este aspecto de la actividad individual y su expresión tiene que ser realizado en plena libertad.
En segundo lugar, cuando el hombre se relaciona con los recursos que nos otorga la tierra para la subsistencia, genera la vida económica, para satisfacer las necesidades del cuerpo. La economía moderna postula los recursos escasos de la tierra, y por lo tanto, la necesidad de mantener el control poblacional. Pero un ser humano sano ‘sabe’ que todos cuantos estamos en la tierra tenemos derecho a vivir en ella y que la organización social es posible, pues no se trata de recursos escasos sino de injusticia en la redistribución. El ideal de la vida económica es la fraternidad: compartir los recursos y generar las capacidades para que lo producido alcance para todos. El control poblacional solamente puede surgir de la voluntad individual basada en la libre comprensión moral del problema.   
Finalmente cuando los seres humanos nos relacionamos unos con otros  para la organización de la vida, considerando los derechos y las obligaciones para la administración de la vida pública, se genera el estado-nación. Y aquí surgen los problemas pues la vida política implica que  los hombres se relacionen, independientemente de las necesidades y capacidades diferentes de cada uno.  Hay un plano, básicamente educación, salud y vivienda, en el que tenemos los mismos derechos, aunque seamos individuos diferentes. La igualdad es el ideal de la vida política.
La división de la vida social humana  –y el postulado de la necesidad de independencia de los tres sectores– no es una división arbitraria elaborada intelectualmente y luego aplicable como metodología económica o planificación de políticas estatales. Depende de la libre actividad de los seres humanos que la impulsen.  La independencia de los tres sectores sociales  tiene hondas raíces en la constitución del ser humano individual que también es un organismo ternario en su aspecto corporal, anímico y espiritual. La relación que existe entre la evolución del ser individual  –y sus facultades, e incluso su constitución fisiológica– y el sistema social es estrecha. El individuo que avanza en superar la mezcla indiscriminada entre sus emociones, ligadas a su vida e intereses personales, y los pensamientos que buscan alcanzar la verdad, puede influir correctamente en el organismo social. La posibilidad de equilibrio, mediante la reducción de la desmesurada aplicación de instrumentos tóxicos que están destruyendo la sociedad, depende de que los individuos –creciente y libremente– podamos realizar en nosotros mismos cambios que se manifiesten en la organización de grupos e instituciones pequeñas que irradien las virtudes de esa independencia y la voluntad de colaboración mutua de los tres sectores. Depende de la comprensión del paralelismo que hay entre individuo y sociedad. Al limpiar los elementos tóxicos que viven en el alma individual limpiamos el entorno social en el que nos movemos. Es imposible pensar en cambios, si no logramos crear un ambiente en el que se promuevan las transformaciones individuales. 
El camino hacia esa transformación  se basa en la confianza en la virtud del ser humano que cuando comprende algo con un sano intelecto lo puede internalizar e involucrar sus sentimientos, y esforzarse para actuar en consecuencia. Aunque esto  parezca ingenuo, es el único camino posible de evolución de la humanidad. No se trata de hacer sino de hacer desde el pensar; la sociedad materialista no adolece de falta de capacidad de emprendimiento. En países subdesarrollados el desarrollo individual es más difícil pues la transformación comienza en el plano cultural. Los países sudamericanos, durante siglos de procesos autoritarios, han sido desvastados culturalmente. Pero es fundamental remarcar que vivimos en una época de desarrollo individual y globalidad, y el medio social incide, pero no es determinante.
La certeza de la virtud inherente al ser humano no implica no ver que hay sectores sociales a los que no les interesa solucionar el problema social, pues irían en contra de sus intereses, y los moviliza el egoísmo y la corrupción. En la medida en que los sistemas políticos han evolucionado hacia la democracia, se fueron creando grupos conscientemente volcados hacia el dominio de las conciencias de otros seres humanos, tanto a nivel psíquico como físico, que no han escatimado esfuerzos por medio de la educación, la medicina y la alimentación. El tiempo de la evidente esclavitud corporal ya ha pasado, pero no su necesidad moral, y los métodos de hoy son más sutiles. Desde que se tomó conciencia del peso del proceso económico, los problemas del organismo social ya no pueden ser solucionados mediante el sojuzgamiento de una parte de la población. Pero mediante el dominio de las conciencias se puede engañar a los seres humanos y finalmente llevar a la práctica la voluntad de tales elites. Hay hábiles manejos políticos, instilación convenientemente oculta de miedo, o directamente provocación de enfrentamientos internos, guerras, hambre y otros artificios violentos.
La lucha por el dominio del mundo ha sido un objetivo a lo largo de toda la historia occidental, desde que se hizo imprescindible la necesidad de organizar la sociedad con  parámetros más terrenales en la antigua Roma. Después del sangriento siglo XX, nada hace pensar que las elites vencedoras de las guerras mundiales hayan aprendido de la armónica convivencia entre naciones –concepto que también tiene que ser superado pues conduce al nacionalismo–. No es de extrañar que en momentos de vivencia global de la unidad de la Tierra –y de la captación de la pertenencia espiritual de la Tierra al universo- se haya desatado la lucha por el poder de  formar un gobierno global. La abstracción del dinero y su multiplicación infinita es el reflejo de la potencia que ha alcanzado el espíritu humano, manifiesto en la capacidad de invención y producción, en una Tierra que cuando es vista desde una dimensión geométrica superior es infinita, y que se nos pretende mostrar como limitada y de recursos escasos.
Ver a la Tierra como una entidad finita es una perspectiva científica de corta mira. El Sol es quien transforma la materia inerte de la Tierra en materia viva en el mundo vegetal, un milagro si lo observamos haciéndonos cargo de la diferencia entre el polvo de la tierra y la forma del mundo vegetal. Desde la geometría proyectiva –la más conceptual de las geometrías no euclidianas o post-einsteinianas– sabemos que la Tierra efectivamente es una entidad infinita.
El ser humano es un ser espiritual capaz de encenderse en la verdad y luchar por su consecución. Los enfrentamientos, sacrificios y dolores, son parte ineludible de la evolución y del aprendizaje de las capacidades humanas. Cambios cualitativamente importantes, aunque cuantitativamente pequeños, influyen sobre el destino de la humanidad. Transitamos tiempos que acusan una división creciente entre los seres humanos que en el núcleo de su ser, llevan las ansias por el bien, no implicando la negación del mal sino su superación, y aquellos que conscientemente se comprometen con el mal en favor de su propio beneficio.
Las ideas sobre la constitución ternaria del ser humano –constituido por cuerpo, alma y espíritu– es un aporte fundamental de Steiner, quien sentó las bases para entender la ternariedad fisiológica, anímica y espiritual del ser humano. El yo, el ser individual eterno, vive en el núcleo del alma, y puede asumir responsablemente las causas y consecuencias de su propia vida1. En el alma viven las tensiones que se generan entre las necesidades corporales y espirituales para la evolución del yo individual. Luego de haber desarrollado estos conceptos en la disciplina que llamó ciencia espiritual o antroposofía, Steiner también expuso ideas para la constitución de un nuevo orden social en 1905. Sus planteos eran cruciales para evitar la catástrofe que se avecinaba en el siglo XX, en tanto se dibujaba el contraste entre el comunismo y el capitalismo.
En el año 1905 se definían las alianzas secretas que conducirían a la Primera Guerra, con el objetivo de defender los intereses económicos de las elites anglosajonas, que ya comenzaban a manejar los medios de comunicación. Se veían amenazadas por el por el estado prusiano alemán, que se había conformado a través de la expansión militar, traicionando la idea de expansión cultural ambicionada por el romanticismo. El estado prusiano era una conjunción peligrosa del centro de Europa con Rusia (la temida Eurasia), que podía impedir la hegemonía comercial que ya se planteaba el imperio británico. Después de la Primera Guerra, de la derrota de Alemania y del imperio austro-húngaro, es decir de la primera destrucción del centro de Europa y su posibilidad armonizadora entre Oriente y Occidente, se empezó a apuntar hacia la formación de una bipolaridad entre Oriente y Occidente. La revolución marxista-leninista de Rusia de 1917 gestó el bloque comunista, y se trasladó la hegemonía financiera  desde Londres a New York. Era el inicio del contraste entre el comunismo y el capitalismo, que se desplegó durante la Guerra Fría después de la destrucción del centro de Europa –y en realidad también de Rusia– al finalizar la Segunda Guerra. 
Steiner vislumbró la necesidad de que Alemania, se presentara ante los vencedores con ideas que avanzaran hacia una nueva conformación social, pero sus ideas no fructificaron. Planteó crear en cada estado un sector cultural independiente de los estamentos políticos y del mercado económico, que fueran capaces de unir individualmente a los ciudadanos más allá de las múltiples nacionalidades políticas forzadas –fundamentalmente en las escuelas– e irradiar fuerzas espirituales que permitieran la conformación de estados culturales independientes de las arbitrarias diferencias limítrofes. La superación de los nacionalismos y la búsqueda de relaciones individuales entre los seres humanos subyacía en sus ideas. Era la única manera de una constitución pacífica de los estados del centro de Europa, evitando así una nueva guerra multiétnica y artificialmente multi-limítrofe que de hecho se gestaría después del Tratado de Versalles en 1919.
El camino hacia la separación administrativa de los tres sectores sociales, se corresponde con el camino del individuo y el logro de cierto nivel de independencia de sus tres facultades anímicas, es decir de su vida pensante, de su vida de sentimientos y de su vida volitiva. Para entenderse con otros seres humanos en la objetividad del espíritu, el hombre debe enfrentar sus antipatías y simpatías personales en forma más consciente. En la vida de la conciencia común estas tres facultades se entremezclan y el hombre no se enfrenta a los sentimientos y a los impulsos volitivos, particularidades de cada persona, de una manera objetiva. Solamente desde el trabajo consciente en el núcleo del yo, donde se fundamenta la evolución individual, se puede experimentar el mundo en forma universal, y no solamente dirigido a los propios intereses subjetivos. El hombre tiene que confrontar gradualmente lo que siente y los impulsos de su voluntad particular con las fuerzas crecientes de un pensamiento entrenado en la comprensión del significado universal de la vida humana en la Tierra y en el universo, para llegar a ser moralmente objetivo consigo mismo: alcanzar la capacidad de verse como si se fuera otro, una tercera persona. En ese camino interior los hombres podrían eventualmente hacer aquello que condujera hacia la independencia de los tres sectores sociales.
El paralelismo entre los tres sectores de la sociedad y la estructura ternaria del hombre individual, tanto en sus sistemas fisiológicos como en las facultades anímicas de su alma –pensar, sentir y voluntad– y en los estados de conciencia de su vida espiritual (conciencia en la vida pensante, semi-conciencia en la vida de los sentimientos o inconciencia en la vida de los impulsos volitivos, o en términos de Steiner, conciencia despierta, conciencia de sueños y conciencia dormida en los respectivos tres ámbitos), puede ser profundizado desde muchos puntos de vista e implica un estudio de la ciencia espiritual.

Mónica Oliva, Arquitecta. MA en Ciencias Políticas. Historiadora, filósofa, teóloga, economista, escritora, etc. Da clases y conferencias. Confía en el intelecto como puente hacia el espíritu.
1 Estas ideas están volcadas en el capítulo 1 “La naturaleza esencial del ser humano “ en su libro “Teosofía” - Steiner, Rudolf - “Teosofía. Introducción al conocimiento suprasensible del mundo y del destino humano” - Editorial Antroposófica México, Buenos Aires, 1963 – U otras.


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