lunes, 14 de noviembre de 2011

La Ley espiritual aplicada a la Revolución Francesa

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E d u a r d o   Y e n t z e n *

Mónica Fuksman: "Reciprocidad", díptico, óleo sobre tela.


Resumo acá un capítulo del libro “La ley de Dios” de Pietro Ubaldi (pueden googlear este y otros libros de este sorprendente autor). Es una interpretación de este capítulo de la historia como expresión de una ley contenida en las fuerzas espirituales del universo, y aplicables por tanto a la humanidad. Muestra la ‘lógica’ de la conducta humana en los episodios históricos. Es un enfoque que permite una profunda reflexión en la búsqueda de cómo comprender y cómo guiar los procesos sociales. (Eduardo Yentzen)

Luis XIV, quien quiso llamarse “’el rey sol’, fue un monarca absolutista.  Decía: “El Estado soy yo”.  Pero el pueblo no se levantó contra él. En cambio sí lo hizo contra Luis XVI, quien era más ‘blando’.   ¿Por qué? El primero no fue juzgado como tirano porque tenía el poder y lo ocupaba.  El segundo fue llamado tirano porque era simple y débil. 
Ocurre que Luis XIV usó el poder en la forma que era más adaptada tanto para sí como para sus súbditos, la del nivel de evolución alcanzado por ellos en aquel tiempo.  La forma mental de este nivel es el egocentrismo y el rey no podía ser sino la expresión más completa de esta forma mental.
Para cumplir la función de cuidar de su pueblo, era necesario que él lo considerara como su propiedad, porque en este nivel de evolución, el hombre no sabe superar su egocentrismo y por esto no cuida de nada que no sea de su propiedad.  De hecho, en este nivel, al más fuerte pertenecen todos los derechos y, por virtud de su fuerza, merece respeto.  Por otro lado los pueblos no tenían conciencia colectiva.
El eco del poder de Luis XIV sustentó el reino vacío de Luis XV, por ley de inercia, por fuerza del impulso recibido.  Pero fue un reino en descenso, y la gran Versalles se pudrió en la disipación.  Así comienza la inversión de las posiciones.  En cuanto la aristocracia pierde virtudes y fuerza en los goces de la vida, el pueblo, en el sufrimiento, conquista inteligencia y energía y va preparándose para la rebelión. 
Cuando subió al trono Luis XVI, la clase dirigente estaba completamente podrida y el rey era un campeón de la debilidad.  El mismo Luis XV había intuido esto, cuando dijo: “después de mí el diluvio”. 
Porque la injusticia y los abusos de la aristocracia y del clero ya había sido cometida y ahora era necesario saldar cuentas y pagar la deuda delante de la justicia de la Ley; y así llega a la boca del pueblo este rey blando para que sea más fácilmente devorado. 
He aquí el verdadero juego de la historia, que no es más que un ejemplo que se repite cada vez que la vida se encuentra en estas condiciones.  Porque un derecho es considerado como tal, cuando quien lo sustenta posee los medios para realizarlo.  Bondad, caridad, comprensión recíproca, aparecen sólo en niveles superiores.
¿Cuál fue, entonces, el movimiento de fuerzas aquí observado?
1) El pueblo dio prueba de haber aprendido la lección en la escuela de sus jefes, repitiendo el método de ellos para dominar.  Este método ha continuado hasta hoy.
2) Los pueblos salieron de la minoría, comenzando a dirigir por ellos mismos, aprendiendo a elegir bien o mal a sus jefes, experiencia nueva, apta para desenvolver una conciencia colectiva y nuevas formas de inteligencia.
3) La sangre de la aristocracia no fue derramada en vano.  La lección enseñó muchas cosas al mundo de entonces, para no caer más en los mismos errores.  La lección consistió en que los abusos son peligrosos, porque después, por compensación, la injusticia y la deuda han de ser saldadas.  Esta vez también, el maestro que enseñó la lección, fue el dolor. 
Es verdad que el hombre ha quedado igual en el fondo, y la burguesía que sustituyó a la aristocracia, procuró imitarla, como está pronto a imitarla el proletariado, que hoy quiere sustituir a la burguesía (este texto es de los años cincuenta). 
Pero semejantes excesos de egocentrismo en favor solo de grupos particulares y en formas legalmente reconocidas se tornan cada vez más inaceptables, como asimismo la concentración de los beneficios de la vida en las manos de pocos, que para sí se los sustraen a los demás. 
La moderna tendencia colectivista e igualitaria procura extender a un número siempre mayor de individuos las ventajas que antes quedaban concentradas.  El mundo progresa así hacia la justicia social, la igualdad, el altruismo, las formas de vida organizada, cosas que pertenecen a niveles evolutivos más elevados. Vemos aquí una vez más funcionar a la Ley en su maravillosa sabiduría.  A cada error corresponde, también en el terreno social, una lección de sufrimiento para que el error no se repita.  Así el mundo ha de progresar. 
Haber experimentado las consecuencias del abuso representa el mejor medio para alejar la voluntad de repetir el abuso.  Así el hombre aprende a no mirar ya solo hacia la ventaja inmediata, que fue lo que antes lo engañó, y aprende a ver más allá de las apariencias de sus ilusiones psicológicas y a apercibir que es necesario tomar en cuenta también el bienestar del prójimo, porque el problema de la felicidad no se puede resolver aisladamente, solo para sí.
Así, todo lo que vivimos no queda sólo escrito en la historia, sino también sobre nuestra piel.  El dolor tiene el poder de clavar en nosotros un marco indeleble. 
De este modo el hombre va aprendiendo la inviolable estructura de la Ley, por la cual quien hace el bien o el mal, se lo hace a sí mismo, y todo vuelve a su fuente.  Los movimientos de la conducta humana serían solo una especie de vibración cerrada de esta ley de retorno, por la cual cada impulso nuestro nada disloca a no ser nuestra naturaleza misma que, recibiendo sobre sí lo que quiso lanzar fuera de sí, va experimentando y así madurando y evolucionando. 
Conocer la ley permite superar las tentativas humanas de injusticias, pues se termina quemando la piel de quien, para su bienestar, quisiera aplastar a los demás; y al mismo tiempo nos muestra que somos retribuidos con el bien, por el motivo de haber querido hacérselo a los demás. 
Existe un movimiento en la sucesión histórica de las revoluciones, ordenado como el de las olas del mar.  Cada una sustenta e impulsa a la otra, en un movimiento común que las liga a todas en un mismo proceso.  Sucede de este modo que, en cuanto existan clases inferiores exigiendo justicia, las clases superiores no tendrán paz y habrán de defenderse de las continuas tentativas de asalto de parte de las inferiores. 
Cuando en esta lucha éstos vencen, entonces se apoderan de la posición de los superiores y toman su lugar gozando de las mismas ventajas, pero sujetos a los mismos peligros y cometiendo los mismos errores.  Han de pagar entonces la misma pena, porque mientras haya un hombre explotado por otro, el primero procurará saltarle encima para tomar su lugar de dominio. 
En este rodar de posiciones y en la serie de ventajas y abusos escalonados a lo largo del camino de las comunes experiencias, en la compensación de tantas injusticias diferentes, se realiza la justicia de la Ley por la cual todo se paga y todos han de aprender la misma lección a través de las mismas experiencias. 
El universo es unidad en la diversidad, donde una infinita multiplicidad se coordina en armonía, por ser regida por una ley general.  Del mismo modo las innumerables injusticias particulares por las cuales cada quien paga lo que debe, se coordinan realizando la justicia universal de la Ley.  Esta es la verdadera justicia que abraza a todos, por la cual todos han de pagar, delante de la cual todos somos iguales.  He allí cómo es que por la Ley fue realizada y siempre existió la verdadera igualdad, hoy en vano tan deseada por los sectores en lucha.

* Eduardo Yentzen, Docente de Desarrollo Personal.

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