lunes, 26 de diciembre de 2011

Sí, es posible una educación de calidad y gratuita…

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H e r n á n  D i n a m a r c a *


Con la frase del título resumo mi respuesta a un amigo chileno que me preguntó acerca de la educación en Alemania. Él sólo quería conocer otras experiencias, luego que este 2011 nuestros jóvenes han dicho basta y echado a andar en pos de una mejor educación. En calidad y obviamente en el acceso, sin que se les vaya la vida en pagarla a crédito. Esto último, a todas luces un absurdo. Si la educación alienta un mejor vivir, cómo se puede condenar a las nuevas generaciones a un mal vivir –pues ése es el sino de las deudas casi vitalicias.   
Prólogo
Antes de narrar mi experiencia en Alemania, quiero introducir un par de principios que me animan en esta relevante materia (la educación) y algunas convicciones al momento de hacer un balance del movimiento estudiantil del 2011.
Primero, de educación sé algunas cosas aprendidas en la vida y en la academia, que caben en dos párrafos.
La educación, en sentido lato, es un gesto clave e inherente al vivir humano. Sin ella no habría reproducción de la vida social, no habría Historia ni memoria, ni evolucionaríamos en el lenguaje que moramos. La educación es socialización y es concientización –en el sentido de formar conciencias. Ergo, la educación es incluso más que un derecho fundamental, es lisa y llanamente la condición de la vida social. En breve: dime la educación que tienes y te diré la sociedad que construyes.
Y en la mediación intergenera-cional que es la educación, para que sea sana, es necesario un vínculo de respeto; una relación empática entre maestro y discípulo o, dicho más complejamente, entre educador-educando y educando-educador. Relación, además, que, más allá del cambio temporal en las técnicas usadas, siempre ha conservado la exigencia de un entorno social pro-activo en la generación de esas condiciones; en el que no se confunda autoritarismo con autoridad. 
Segundo, al terminar un año histórico para Chile, quiero compartir algunas reflexiones que buscan contribuir al necesario debate en torno a las fortalezas, debilidades y desafíos, luego de la emergencia de nuevas sensibilidades sociales y generacionales.
Una amiga alemana (Ingrid Werh) que estuvo durante el año en el país impartiendo clases en el doctorado de sociología de la Universidad de Chile, en un e- mail me escribía algo más o menos así: “disfrutando el hecho que este país, por primera vez en muchos años, se ha puesto interesante, ojala se abra una brecha de transformación del sistema político y la sociedad…”
Le cito así de coloquial porque son muchos quienes pensamos que el gran hito del 2011 –su fortaleza– ha sido la irrupción social de una nueva generación y de una nueva sensibilidad que dejó de creer en las bases en que por décadas se había levantado nuestra sociedad.
Ni el sistema político binominal y una constitución autoritaria, pasando por valores morales afincados en la soberbia y la desconfianza en el otro, hasta llegar a la inconsecuencia e irresponsabilidad ambiental y energética, más la inequidad social y un anacrónico quehacer económico con foco unilateral en el lucro, el individualismo y el consumismo, son hoy instituciones y valores queridos por la mayoría ciudadana. Se trata de una fortaleza nada trivial, que llegó para quedarse. Los movimientos de este año, más allá de sus diferencias, han estado inspirados por una crítica a esos valores e instituciones.
La debilidad, sin embargo, ha sido que un movimiento profundamente político (por su inequívoca incidencia en la cosa pública, en la vida de la polis), sufre de la paradoja que la misma ciudadanía, con poderosas razones, desconfía a veces irreflexivamente de todo aquello que huela a “política”. Esta debilidad, que es común a los indignados del mundo, genera dos ecos bien complejos.
Por un lado, inhibe el entrar a actuar en la política y suele incluso negar la capacidad de negociar sobre la base de ideas fuerzas –algo tan propio y necesario en la política–. Lo anterior, podría llevar a que en las urnas –ante la ausencia de rostros y miradas nuevas– mañana vuelvan en gloria y majestad los mismos profesionales de la política que han sido cuestionados, ya sea por su incoherencia, por no soñar, por no dar luces, por gobernar apenas mirando las encuestas, por gestos de corrupción, etcétera. El punto es que si no entras a la política con otra política, y/o no delegas confianza en políticos que merezcan la confianza, las energías desplegadas por los neo-movimientos ciudadanos corren el riesgo de un mayor desencanto y la irrealización de lo imaginado.
Por otro lado, esta desconfianza hacia los “políticos y la acción política” conlleva la emoción del resentimiento, que conspira contra la necesaria unidad y construcción de mayorías sociales y ciudadanas. Ni todos en la ex Concertación (más allá de los errores que podrían haberse cometidos), ni los comunistas (más allá de su sesgo autoritario y a veces antiguo), ni los “ultra” (lúcidos y rebeldes, aunque a veces de un infantilismo revolucionario), ni los ecologistas (que suelen olvidar que el verde brilla más si se junta con otros colores), ni los Meos (que intentan, aunque con rabias que los nublan), etcétera, ni los unos ni los otros son malos y buenos absolutos y por definición. Siempre hay espacio para los matices, para el diálogo, para el respeto (a todos), para buscar acuerdos en torno a puntos de encuentro, para resolver como ciudadanos qué liderazgos mejor nos representan. Esta es una debilidad asociada a desafíos mayores. ¿Qué hacer en pos de una nueva política de la coherencia, del aceptar la legitimidad del otro diferente, de la democracia profunda y de la unidad entre quienes se co-inspiran en aras de una nueva mayoría para construir un nuevo y mejor país, social, cultural y ambientalmente?
Tal vez esta debilidad ha incidido en que al terminar el año del mayor movimiento ciudadano en décadas –el estudiantil–, que pidió y pidió educación pública de calidad, interpelando a un cambio radical en un tema relevante como lo es la educación, haya sido confinado a debatir sobre pesos más y pesos menos. Y todo esto entre políticos ensimismados en cuatro paredes, ahora con comunistas incluidos. Aclaro de inmediato que no estoy afirmando que la discusión del presupuesto carezca de importancia. Lo es, sin duda. Pero lo es aún más saber si los recursos irán a parar a los bancos, a gobiernos locales, a sostenedores, a alumnos y profesores, y en qué y para qué serán usados. Además, en otro eco de la misma debilidad, el año ha terminado con algunos líderes del movimiento enfrascados en discusiones por los diarios (legítimas discusiones que suelen ser mal interpretadas en los pasillos del poder).
Por eso, junto a saber asignar los recursos, el desafío de futuro será poner integralmente el foco en lo demandado: cómo hacemos una educación pública de mejor calidad en el país. En el 2012 será ineludible la necesidad de recuperar el debate de fondo. Pues no soslayemos que mientras la atención se acotaba, con poca crítica mediante, a las platas, la educación pública en Chile seguía siendo reformada de manera economicista y brutal.
Cómo llamar, sino así, a una educación orientada solo a formar consumidores, y no a ciudadanos, a entrenar a trabajadores disciplinados, sin memoria ni capacidad reflexiva. Para los “teóricos” de la “reforma” pareciera que bastaría con que la mayoría de nuestros jóvenes –los hijos de padres incapaces de pagar la onerosa educación privada de la élite– apenas aprendan a sumar y restar, se las arreglen en el habla con 100 palabras y puedan moverse rudimentaria y acriticamente por Internet y las redes sociales. ¿Acaso no es ese el norte al que apunta lo hecho este año, cuando en plenas movilizaciones ciudadanas y casi en son de burla, a los intentos precedentes de acotar la Filosofía y la Historia, ahora en el Ministerio de Educación y en el Parlamento se agregaron medidas contra la enseñanza obligatoria de las asignaturas de música y de educación cívica?
Dime la educación que tienes y te diré la sociedad que construyes, escribí al inicio de esta nota. En efecto, si educas sin Historia, tienes una sociedad sin memoria (si la vida en general hiciera eso, desapareceríamos de inmediato). Si educas sin Filosofía, tienes una sociedad ajena a la sabiduría, al asombro, a la capacidad de preguntar. Si educas sin arte y sin música, tienes una sociedad incapaz de sentir la expresión del alma. Si educas sin civismo, tienes una sociedad sin ciudadanos. Y atención a esto último: a la incoherencia implícita en el hecho que después los mismos reformadores-legisladores que votan por instaurar estas leseras, son quienes rasgan vestiduras contra los jóvenes que causan desmanes; injustificados si, pero no mal explicados por estas carencias.
Según Mario Waissbluth, en la reciente discusión presupuestaria "hubo un gran perdedor: la educación pública" (Fuente El Mostrador, 29 de noviembre). Si bien, él reconoce el aporte del movimiento estudiantil al instalar el debate sobre la educación pública en el país, “este año puede ser recordado como el principio del fin. Si la matrícula cae a menos del 30%, en muchos municipios será casi irrescatable”.
Un informe de la Fundación Sol destaca que en 1981, el 78 por ciento de la matrícula se concentraba en escuelas públicas, mientras en 1990, la matrícula municipal representaba el 57,8 por ciento del total. Y entre 1992 y 2010, el sector público ha seguido cayendo con 626 escuelas municipales menos, mientras el sector privado ha visto un aumento de 2.091 colegios particulares subvencionadas.
En la OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico), las matrículas en la educación pública llegan a un 90 por ciento. A nuestra élite le gusta compararse con tan selecto grupo, pero de inmediato se niega a ver que día tras día los estándares sociales y ambientales de la OCDE nos desnudan en nuestras carencias.
Digamos las cosas como son. Hoy tenemos un sistema educacional con hegemonía privada. Y la educación, según consenso de los usuarios y entre quienes reflexionan con más sapiencia sobre estos temas, es lisa y llanamente mala. En cambio, los países que sí tienen una buena educación, lo hacen con sistemas públicos para su gestión.
Para Waissbluth –y entre los estudiantes y la ciudadanía- son aún tareas pendientes los desafíos de lograr una buena Ley de desmunicipalización que revitalice la educación pública, que regule adecuadamente el sector particular subvencionado y que  resuelva las deudas de arrastre de los municipios. Además, “la medida más urgente es inyectar los mejores directivos a las corporaciones y escuelas, a la máxima velocidad. Y en el mediano plazo, está pendiente la madre de todas las reformas: profesión docente, para mejorar la formación, habilitación docente rigurosa y una remuneración más atractiva para los mejores profesores” (Ídem anterior).
A manera de colofón: cuando en estos meses se ha dicho cada cosa por quienes son ciegos ante las voces nacionales e internacionales que desnudan la mala educación, he reflexionado sobre la distinta hechura valórica del presidente que ayer vivía en la máxima “Gobernar es Educar” (Aguirre Cerda), hasta el actual ocupante de Palacio que pareciera creer en la máxima “Educar para Lucrar” (Piñera). ¡Porque eso es lo que subyace en sus palabras cuando considera obvio que la educación es un servicio a ser ofertado por cualquiera que desee lucrar y es un bien de consumo a comprar por quienes mañana podrían lucrar con ella!    

La educación pública en Alemania
Tras el prólogo, volvamos a la pregunta de mi amigo. Hoy nuestros dos hijos estudian en colegios públicos en el Estado de Baden Württemberg, por eso, aquí simplemente narro la experiencia en tono coloquial:
- En Alemania, la educación es mayoritariamente pública y gratuita. Existen algunos colegios privados, muy pocos.
Incluso la superior ha sido siempre gratuita. Recién a partir del Tratado de Bolonia lentamente se ha empezado a cobrar una matrícula (500 euros semestrales en el Estado); pero es algo casi simbólico, ya que hay muchas y diversas formas de pasar del pago (ayudas, exenciones basadas en el criterio de la diversidad, sea socio-género-etáreo-cultural). Y el dinero que se recauda por ese concepto suele usarse por los propios alumnos para contratar conferencistas o profesores ajenos a lo institucional o bien en la compra, por ejemplo, de fotocopias de libros obligatorios. Con todo, en Baden Württenberg, tras el triunfo de los Verdes este 2011, se ha anunciado el regreso de la gratuidad al cien por cien.
Y la educación primaria y secundaria no solo es gratis, sino que incluso los profesores ayudan a las familias para que el costo de los insumos sea lo más económico posible. A conciencia minimizan lo solicitado y acostumbran realizar compras colectivas. En el caso de uno de mis hijos por el año lectivo 2011-2012 pagamos a la profesora unos 35 euros (23 mil pesos chilenos aproximadamente) para que comprara todos los libros y materiales para el año. Después, ni un euro más. Y eso entre quienes pueden pagar, si no, hay ayudas sociales para cubrir esos gastos.
- Es que acá la educación es un derecho y un deber. Una sola anécdota: apenas llegamos al país, luego de informar el domicilio en el municipio local y de matricular a nuestro hijo en un colegio un poco retirado (a 15 minutos caminando, donde asistiría su hermana mayor), nos llegó a la casa una carta del municipio preguntándonos por qué el niño aún no asistía al colegio que por edad y domicilio le correspondía en el barrio, a una cuadra de la casa (3 minutos caminando). De inmediato, debimos dar las explicaciones de rigor: que habíamos optado por un colegio al que podría ir junto con su hermana, que no sabíamos, etcétera; explicaciones que obviamente fueron aceptadas. Así los funcionarios cautelaban que el niño y la familia hicieran uso de un derecho que es también un deber.     
Educarse es un derecho y una obligación, y el Estado tiene el deber de supervisar que el derecho se cumpla y la obligación de impartirlo en calidad. A nosotros, latinos, a veces el rigor teutón y esas convicciones, nos son un tanto extrañas.
- Mención aparte la singularidad que está en la base de la reconocida calidad y a la vez complejidad de la educación alemana. Veamos.
La norma (hay excepciones) son colegios distintos para las dos grandes etapas escolares: una primaria que termina en cuarto año y otra secundaria que termina el año 13 contado desde el inicio escolar, ya sea para salir al mundo laboral o ingresar a la universidad. Alemania ha resistido hasta ahora con sus 13 años de escolaridad, pero pos Bolonia poco a poco empieza a comprimirla en 12 para igualarla al resto de Europa.           
La etapa hasta cuarto básico es común para todos los niños que asisten al colegio en su mismo barrio. Cada pocas cuadras hay una escuela bien equipada, en la que por norma deben y pueden participar los padres. Son colegios puertas abiertas.
Del colegio, en este nivel escolar y más aún en el siguiente, los chicos salen libremente. Asisten sin uniforme y en los recreos pueden ir a su casa, a comprar a la esquina o a caminar… Y ese acto de libertad conlleva la génesis del actuar con responsabilidad. Los jóvenes salen y luego vuelven a sus clases. Ahora, si acaso no vuelven, ahí cae todo el peso de la autoridad y disciplina alemana, que se las trae, aunque sin violencia ni arbitrariedades –claro que, como en todo lugar, igual a veces la hay.
 El sistema escolar se complejiza pos cuarto. Y aquí entramos en algo distintivo de Alemania. A los 10 años, la junta de profesores que ha observado académica y emocionalmente a los niños los 4 años previos, determina cómo seguirán educándose. Hay tres opciones. Algunos son orientados a colegios en que les enseñan valores de ciudadanía y materias y normas generales para un buen vivir social. Otros son orientados a colegios técnico-profesionales, muy funcionales y eficientes. Y los niños más aplicados, siempre asombrados y a veces futuros atormentados –quién dijo que el conocimiento y la libertad eran sin sombra–, son orientados al Gymnasium o colegios en los que transitaran por un exigente camino de estudios que les lleva a la universidad.
Ahora, el sistema ha sido objeto de cuestión: ¿cómo es posible que a los 10 años, aunque sea por una junta cualificada, se determine tan radicalmente el futuro de un niño? Polémico. De hecho hoy se esta flexibilizando. Además, que, con pruebas y mérito mediante, se puede transitar de un tipo de colegio a otro, así como quien termina en cualquier ciclo tampoco tiene por decreto impedido el ingreso a la universidad.
Otros son críticos al hecho que los Gymnasium operan con una exigencia sin mesura. Esto lo hemos vivido observando a nuestra hija. Ella debe rendir en ciencias, en comunicaciones, en matemáticas, en deportes y en las artes, amén de aprender con perfección gramatical lenguas y lenguas. Junto al idioma nativo, los jóvenes deben estudiar obligatoriamente inglés y otra lengua (que suele ser Latín); además, como electivo deben ocuparse en una tercera lengua.
Una tercera crítica es que el sistema tiende a reproducir la condición cultural de los padres. Los hijos de universitarios suelen ir al Gymnasium. Los hijos de técnicos y profesionales realizan su propia deriva en colegios similares al que asistieron sus padres. Y así... La verdad es que pocos cuestionan esto. Son nuestros ojos –de países con menos profundidad moderna y muy desiguales socialmente– los acostumbrados a mirar a la educación como un unilateral vehículo de movilidad social. Acá hasta ahora casi todos cuentan con un mínimo bienestar material y social. Es más, los técnicos y profesionales, por ejemplo, suelen tener un mejor pasar económico-social que los universitarios.
- En otro rasgo de calidad y gratuidad, además del colegio formal, los niños asisten complementariamente a  actividades extra-curriculares que imparte el Estado vía municipios, teatros, escuelas de música, ya sea gratuita o con pagos menores, a practicar ciencias, artes y deportes.
- Y los profesores son respetados por la sociedad y académicamente son respetables. Su formación puede ser universitaria en ciencias, que aplican como educadores, o bien provienen de escuelas pedagógicas. Las remuneraciones son acorde a la importancia social del rol. La crítica más escuchada es que en su seno habría un corte jerárquico muy marcado: quienes pasan la supervisión de pares y pruebas de conocimiento profesional, administrativamente están contratados a tiempo completo; mientras quienes no han hecho ése proceso solo poseen contratos parciales.
En fin, hasta aquí nuestra experiencia de la educación en Alemania. De ella, emanan algunas convicciones.
Igual que en otros muchos países, la educación es un derecho que debe y puede ser gratuito. Alemania tiene más recursos, sin duda, pero no es solo un tema de recursos (así lo prueban países más pobres que igual cuentan con buena y gratuita educación). Se trata de incorporar el derecho como principio en el disco duro cultural del país. El neoliberalismo también en Alemania campea en otros dominios, pero en la educación hasta ahora no se le permite su entrada. Desde el origen de la modernidad la educación es rol del Estado y eso nadie lo discute. Los recursos están garantizados vía los mismos canales con que podrían obtenerse en Chile si hubiese voluntad política y cultural.
La educación es de calidad, entre otras razones, porque los profesores son tratados con dignidad, son bien formados y bien remunerados. Y ellos son dignos profesionales que creen en su misión. Y la educación es buena porque hay libertad y disciplina en su seno.
La educación es de calidad porque se basa en rigor y excelencia. A los niños se les evalúa fundamentalmente por su participación en clases. No por memorizar. Por sobre todas las cualidades son valoradas la capacidad de comunicar con personalidad y la pro-actividad en preguntar. Ante el desafío de conceptualizar lo central del método que acá he observado, se me ocurre algo más o menos así: una pregunta que nace desde el asombro, vale más que el sino provisorio implícito en cualquier respuesta.
Y finalmente la educación es de calidad porque es asunto de la comunidad, que lo hace ocupándose del cuerpo, de la mente y el espíritu; de las emociones, la razón y la voluntad.

* www.hernandinamarca.cl

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