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H e r n á n D i n a m a r c a *
Estuve casi un mes en Kerala, al sur de la India, y a mi regreso no fue fácil escribir. Pos-viaje, aún perplejo, habité en el silencio. Mis primeros mail fueron lacónicos: “otro mundo, magnifico y desconcertante”. Tal vez así quería evitar el lugar común del estilo: “los primeros días debes adaptarte a la intensidad de los olores, al brillo inigualable de los colores, a mucha pero mucha gente apiñada en todos los lugares”; o descripciones costumbristas, ya sea de hombres que caminan tomados de la mano o del movimiento grácil de la cabeza que hacen mujeres y hombres para manifestar buenas emociones; o repetir aquello del inenarrable tráfico de autos, taxis, motos, buses y camiones que en ruidoso caos se desplazan junto a personas, bicicletas y animales, siempre en calles saturadas, tal cual si fuera un delirante videogame…
Son tantos los nuevos estímulos que algunos occidentales simplemente no logran asombrarse y regresan de inmediato, en estado de shock, desilusionados de no escuchar en cada esquina el sagrado mantra OM, tal como me lo contaba risueña una amiga que hace de guía turística en la India.
Y aunque el país es eso, sin duda, es también mucho más. Ahora, días y reflexiones mediante, puedo hilvanar algunas impresiones.
Primero, hablo de Kerala, un pequeño Estado indiano –lo de pequeño es un decir, pues son 40 millones de personas. Recordemos que en India habitan casi 1.200 millones en una superficie que no alcanza siquiera a la mitad de Brasil.
Kerala es exuberante. Selvas y playas tropicales, una biodiversidad única y sus singulares backwaters (remansos), vías fluviales de kilómetros y kilómetros que pasan por aldeas aún ancladas en modos de vida por nosotros olvidados. En India le dicen “La Tierra de Dios”.
Con una historia, además, digna de contarse, aunque sea en pocas palabras. Sus orígenes culturales están en la base de la India más profunda, aquella de sabidurías milenarias como el budismo, el yinaismo, el cristianismo nestoriano, el shivaismo –del hinduismo–. En los orígenes de la modernidad, los primeros encuentros de occidente con la India fueron en Kerala. A sus costas, en busca de especias, arribó en 1498 el navegante portugués Vasco de Gama. Y en 1957, en Kerala asumió el primer gobierno comunista electo democráticamente en el mundo.
Este último dato explica los actuales indicadores socio-económicos de Kerala, extraordinarios para la India. Desde esa fecha hasta hoy, en el Estado se han sucedido comunistas y el partido del Congreso: es común encontrar flameando banderas comunistas o afiches del Che Guevara con consignas en lengua malayalam. Y los comunistas, con su énfasis moderno en lo social, han puesto el foco en educación, en salud, en igualdad de género. Resultado: la región “más desarrollada” del país, según parámetros occidentales, con una alfabetización del 100%, alta escolaridad, esperanzas de vida que superan los 70 años e incluso mujeres-policía.
Esta historia se expresa en una sociedad hoy compleja: por un lado, como en toda la India, en Kerala se vive para acudir a los templos, coexistiendo distintas tradiciones espirituales: hinduistas (shivaistas), musulmanes, cristianos, budistas; y por otro, hoy están volcados a la modernización global en un hacer frenético orientado a la industria del turismo de intereses especiales (cuya oferta principal es salud, con la medicina Ayurveda; ya volveremos sobre esto), amén de exportar inteligencia y mano de obra educada a los países árabes y a Europa. La principal fuente de ingresos de Kerala proviene de las remesas que llegan a las familias desde el exterior.
Una modernidad en tensión
Si bien la India es otro mundo, más allá de occidente, a sus hogares en las últimas décadas han llegado de manera masiva los jeans y las faldas, los autos, la tecnología, el plástico y la comida chatarra, todo animado por una publicidad que agita “desbocada” una globalización que interconecta económicamente a moros, hinduistas, confucianos, taoístas y cristianos.
A ojos de observadores críticos ante los excesos de la modernización, el proceso que viven es impactante. Y ellos mismos están entre enceguecidos, confundidos e impactados. Desde hace una década, igual que los chinos, crecen a tasas del 8 al 10%. Y como ambos mundos orientales suman casi la mitad del planeta, la pregunta que allá y acá se hacen quienes piensan en el futuro planetario es si la Tierra resistirá una expansión entre indios y chinos del modo de vida ambientalmente depredador, consumista y excesivo que ha sido común al occidente moderno.
El punto es inquietante. Lo que uno ve en la superficie es un país volcado a una modernización acrítica, que conlleva horrores ambientales y algunos vicios públicos y privados. El din-don es Don Dinero, y comienza a inundarlo todo. Se expanden los negocios y la búsqueda de ganancias en cualquier cosa y relación. Por ejemplo, en el turismo llega a ser odioso el regateo permanente ante precios que en una primera oferta engañan con una maximización extraordinaria.
Confundidos ante Internet y la TV global, reaccionan paradojalmente. Como buenos aprendices ya son líderes en informática, pero catastran y fiscalizan en tono autoritario la comercialización de conexiones y contenidos. La TV con su publicidad, cómo no, insinúa e insinúa el sexo en los cuerpos para aumentar las ventas, pero en la programación es censurada toda mala palabra mediante un pitito y se evitan incluso los besos.
El crecimiento económico ha contaminado con químicos a más de un tercio del río Ganges y la mayoría de los cursos de agua. La entrada frenética en pocos años de los autos han colapsado ciudades y rutas. En mi estadía allá precisamente ambas noticias eran informadas en titulares y con preocupación por el Ministro del Medio Ambiente.
La basura es una presencia irritante, fruto del hábito de tirar todo al suelo (y esa basura exterior contrasta con la limpieza inmaculada al interior de sus casas y de cualquier edificio). El plástico abunda en las calles. Si hasta hace décadas, no era tema depositar los restos orgánicos en el suelo, ya que la naturaleza re-absorbía; hoy tirar el plástico y otras materias al suelo ha generado un grave problema visual y de salud, sin contar las carencias en otras normas sanitarias. Y así, suma y sigue una expansiva crisis ambiental.
La omnipresente publicidad es otro hecho difícil de narrar. No hay edificio, casa y calle que no tenga avisos publicitarios. Incluso en los backwaters, en aldeas perdidas, se aprecian gigantografías con publicidad de bancos, de centros de consumo, de un cuánto hay para activar la oferta y la demanda. En lo formal son imágenes calcadas de nuestra cultura audiovisual, aunque con rostros de indios e indias, claro que los más parecidos al patrón de belleza occidental.
¿Cuál será la evolución de todo este proceso? Difícil pregunta. Por ahora, solo evocar, como me explayaré en el próximo punto, que se trata de otra cultura, compleja, milenaria, que no debería acabar ciega y subordinada a esta modernización. Nunca lo han hecho, por lo demás, pues siempre han perseverado con sus profundidades más intimas. Además existe la enorme herencia moral de Gandhi, a quienes los ecologistas y todas las sensibilidades anti-asimilación acrítica del occidente moderno, que no son pocas, lo recuerdan a cada rato. También emerge un discurso y una práctica política ecologista dotada de las mismas ideas fuerza que en occidente, a la cuál son muy sensibles las nuevas generaciones. Y de hecho, India (y China) en los últimos dos años –desde sus gobiernos– han empezado con paciencia y rigor oriental a re-enfocar sus procesos productivos y energéticos hacía lo ambiental; proceso lento ante la magnitud del daño, pero es un nuevo dato. Algo emergerá. Lo que allá vendrá no será lo mismo que en occidente, por historia y por estos signos debería trascender lo que hoy se ve en la superficie.
Hervé Kempf, periodista francés de Le Monde, ante la pregunta –¿cómo se les pide a los países emergentes, China o India, que dejen de consumir?, ha respondido con notable simpleza: “Las clases medias indias tienen ganas de consumir más, de tener autos más potentes, porque miran en la TV cómo viven los estadounidenses y los europeos. Lo que pido a europeos y norteamericanos es que ellos cambien el modelo. En todo caso, China o India se están dando cuenta rápidamente de la amplitud de la crisis ecológica. Y ven que en sus países hay fenómenos de desigualdad, que serán cada vez más insoportables a medida que la crisis se agrave. En esos países hay conflictos sociales que se organizan en torno al control de los elementos esenciales a la supervivencia (agua, propiedad de la tierra)… El crecimiento en esos países no durará mucho tiempo… Es demasiado violento, desde el punto de vista ecológico como social. También allí se producirán profundos movimientos de transformación. Sin embargo, a ellos les será menos difícil ir hacia un modelo de sociedad que consuma poco materialmente. Los habitantes de los países ricos padeceremos más ese proceso, porque hemos perdido la costumbre de la sobriedad”1.
Otra cosmovisión y mirada
Hay algo en Kerala profundo y tan distinto. Lo resumo en clave cotidiana: asombra el sosiego y la sonrisa afable, de grandes y chicos, de hombres y mujeres, en un extraordinario contraste con el tráfico, el ruido y la aceleración caótica. ¿Cómo esto?, uno se pregunta. Y aquí solo esbozo algunas respuestas que nacen del interpretar cómo ellos viven una cosmovisión que habita en sus gestos cotidianos. En occidente, obvio, vivimos en nuestra cosmovisión, pero es diferente.
El teólogo Thomas Berry constató una diferencia central entre oriente y el occidente moderno. Allá perduró, pese al embate primero de la modernidad, el Yoga del oriente: la más profunda meditación y conocimiento de la interioridad, de la conciencia, del espíritu. Acá, en cambio, la modernidad evolucionó hacia lo que Berry llamó el “Yoga” de occidente: la ciencia, la más profunda reflexión y conocimiento del mundo exterior, material y orgánico.
Otra distancia entre ambas cosmovisiones es que allá aún no se diferencia a cabalidad –y menos se disocia– entre la espiritualidad –la religión, el hinduismo– y el vivir cotidiano, los asuntos mundanos, o el “Estado” por decirlo en clave política. Diferencia que si hizo occidente a partir de la modernidad. Es más, esa diferenciación fue su aporte evolutivo por excelencia. Es lo que Ken Wilber, filósofo norteamericano, ha llamado el sano acto de diferenciar entre arte, ciencia y moral, entre hecho y valor. Pero una cosa es diferenciar y otra cosa muy distinta es disociar, que fue el error último –el desastre, dice Wilber– en el vivir de la modernidad. Le cito: “si la moderna diferenciación comenzó en torno a los siglos XVI y XVII, a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX había desembocado ya en una disociación patológicamente dolorosa.” (Ciencia y Religión. Ed. Kairós)
Si acá podemos disociar la moral religiosa del domingo en la mañana, respecto del vivir cotidiano en los otros seis días y medio de la semana, allá algo así no es posible. En India, la espiritualidad –la religión en este caso– es coherente con el vivir cotidiano del propio pueblo. Por ejemplo, esto se experiencia en dos actos de conciencia fundamentales: no hay miedo a la muerte, pues tienen fe en la re-encarnación, y eso es sinónimo de íntimo sosiego; y hay también un límite ético poderoso al obrar mal, cuál es la profunda convicción en la Ley del Karma (tus actos activan una vital cadena de efectos). Luego allá se hacen más responsables de sus actos y, en consecuencia, pese a las enormes carencias materiales, en India es posible caminar por las calles sin temor ni a asaltos, ni a robos (que los hay, pero son excepciones, aunque existe, igual que acá, violencia doméstica y en el ámbito emocional).
Una disociación que compartimos ambos mundo, es entre el adentro y el afuera, claro que invertida. Tal vez esto explique la relación con la basura exterior en la India, que se tolera de una forma incomprensible a nuestros ojos, así como se esmeran en la limpieza interior de sus casas, que es su templo, y de ellos mismos de una manera que a veces también nos cuesta entender. Mientras que acá, al menos en el occidente europeo, somos propensos a una esmerada limpieza en el exterior, soslayando a veces nuestros propios cuerpos y “templos”; de ahí el refrán: “escondemos la basura debajo de la alfombra”.
La cartesiana diferencia entre mente y cuerpo, que también mutó a disociación, fue la base sobre la que se erigió la medicina alópata moderna, que concibió al cuerpo como una maquina y, vía experimentación científica, obtuvo logros extraordinarios, inéditos en la Historia: reparar órganos y cuerpos y evitar contagios y epidemias, por ejemplo, permitió aumentar las esperanzas de vida y un lidiar con la muerte, a la que tanto tememos. Pero, como hoy se sabe en la propia ciencia occidental, la red sistémica de la vida entre mente y cuerpo es sólida y tenue. Por eso, hoy la medicina esta cambiando, aquí y allá, al ritmo de la emergencia del pluralismo médico.
Fue precisamente en esa brecha de saber (la disociación mente y cuerpo en la medicina moderna) por la que han entrado a occidente sabidurías milenarias como el Ayurveda de la India (y la Acupuntura China). Etimológicamente la palabra Ayurveda viene del sanscrito y significa Ciencia de la Vida, igual que nuestra Biología; pero allá se sustenta en una mirada que integra cuerpo y mente, que integra la cosmovisión, el conocer y el practicar. Más interesante aún es saber que fue el nacionalismo indio del siglo XX quién revalorizó esta medicina ancestral, en un gesto político identitario: como diciendo: nosotros tenemos nuestras propias tradiciones. Hoy en India es común ver co-existir a hospitales alópatas modernos y hospitales ayurvedicos, casi en una virtual división del trabajo (“yo paciente, si me accidentó voy al primero, si quiero prevenir voy al segundo”) y el Ayurveda se enseña en las universidades.
Gesto político, además, que en la actual planetarización ha implicado que el Ayurveda se expanda por el mundo complementando con otra mirada a la medicina moderna y aprendiendo de ella, en un diálogo e hibridación que recién se inicia. Mientras en lo más pragmático ha implicado una oferta turística y de salud que en India genera muchos ingresos: Kerala esta llena de Resorts ayurvedicos y no hay hotel, por más pequeño que sea, que no ofrezca salud a occidentales ávidos de otras técnicas y sabidurías de sanación, más allá de las críticas a lo que muchas veces es un simple hecho más de oferta y consumo, con sus engaños asociados.
En fin, una experiencia Kerala. Otro y el mismo mundo la India. De los caminos que oriente transite en su actual vivir la modernización dependerá mucho la forma y sentidos que adquiera la mutación de época de histórica que hoy sacude a la modernidad, aquí y allá. Y en eso, como escribimos, la complejidad está fluyendo.
Asimismo resuena en mi la convicción que en el futuro planetario un desafío clave será el cómo se encuentran, se des-encuentran, se reconcilian, se superan a si mismos en fusión o hibrídaje ambos “Yogas”: el de oriente y el de occidente. O dicho de otra manera: del cruce entre el ensimismamiento individual propio del oriental y la extroversión occidental, podría emerger la germinal síntesis ecológica que como humanidad necesitamos para dotarnos de continuidad.
* www.hernandinamarca.cl
1 Entrevista a Hervé Kempf de Luisa Corradini.